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El voto urbano. 15.06.1998


Como se ha dicho, Noemi y Mockus ganaron ampliamente en las grandes ciudades, pero también ganaron o tuvieron una importante votación en las intermedias, sobre todo en las de mayor tradición urbana, incluso en la costa. En tanto que los ex ministros de Samper ganaron en las nuevas ciudades intermedias y en los pueblos, sobre todo costeños, pero también tuvieron abundante votación en las ciudades grandes, que, como se sabe, crecieron mucho a lo largo de la segunda mitad de este siglo con inmigrantes desplazados por la violencia de pueblos y veredas. O que buscaban mejores condiciones de vida y ese "aire de la ciudad" que como se sabia ya en la Edad Media "hace que la gente sea libre".
Por Noemi y Mockus votaron ciudadanos -y ciudadanas-  presumiblemente con una actitud diferente frente al mundo desarrollado actual, caracterizado precisamente por su alta urbanización, su globalización y digitalización crecientes, su bilingüismo, su pluralidad cultural, su cero crecimiento poblacional, su conciencia ecológica, su enorme oferta de opciones, y el haber cambiado el proteccionismo y el paternalismo por la competividad y la independencia y libertad de criterios y escogencias. Un mundo posmoderno en donde la ciudad-región cobra cada día más fuerza y la nación-estado la pierde. En donde las grandes ciudades crecen de nuevo y sus centros tradicionales se rehabilitan con éxito.                                                                                                                     
          Mundo amenazado, por supuesto, por la contaminación y las basuras, la destrucción de la naturaleza, el calentamiento, la amenaza nuclear, y también por las multinacionales y su masificación de las modas mediante una propaganda que lo oculta todo, por la burocratización, los fundamentalismos, la intolerancia y el terrorismo, y, especialmente, por el aumento desmesurado de la población y su aterradora dependencia de energía de fuentes no renovables. Amenazas que no afectan solo a las regiones desarrolladas, a las ciudades o a los ciudadanos, sino que acechan sin remedio a todos en todas partes, las comprendamos o toleremos o no.
          La solución a estos grandes y acuciantes problemas no hay otra posibilidad que buscarla con una verdadera educación, la responsabilización de las diferentes culturas ante los temas comunes, la ecología no ingenua, la planificación familiar, el reciclaje de todo y el uso de tecnologías y combustibles no contaminantes, mediante acciones sobre un mundo en el que sencillamente no se puede no estar y es muy difícil echar marcha atrás. Ignorarlo o simplemente rechazarlo no lleva a cosa distinta que a ser sus peores víctimas: sin las ventajas del desarrollo y sufriendo muchas de sus desventajas, además de las propias del subdesarrollo, y ya sin las ventajas de este, que indudablemente las tiene, y no pocas, pero que son para unos cuantos.
Por eso en los sectores más urbanizados se voto contra la impunidad, la corrupción y la ineficacia del estado, mientras los inmigrantes lo hicieron por la continuación de un estilo de gobierno, demagógico y malo pero conocido. O, no votaron, escépticos con razón, pero indiferentes a que así favorecen las maquinarias. Inmigrantes que vienen a vivir en ciudades a medias a medio trabajar, pero en las que no pagan impuestos y tienen servicios y transporte públicos, malos pero subsidiados, atenidos a la suerte y al paternalismo y leales a las personas independientemente de sus acciones y a las promesas y no a los resultados.
Y son estos ciudadanos a medias, que han ruralizado las ciudades pero aún no han urbanizado sus comportamientos y sus votos, los que decidirán de nuevo, o dejaran que otros decidan, el próximo 21 de junio. Tal vez por última vez pues sus hijos o sus nietos ya serán ciudadanas y ciudadanos del todo que conformaran la mayoría de este país, que, pese a que hace varias décadas comenzó a ser urbano, continua dividido entre una mentalidad ciudadana y otra que no lo es pero que tampoco es campesina. De ahí la generalización de la violencia, tanto en el campo como en las ciudades, que se manifiesta no solo en la guerra sino también en la delincuencia, la violencia intrafamiliar y callejera y especialmente la falta de urbanidad.


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