Los huecos de las calles, sobre todo
cuando están cubiertos de agua pues los desagües no funcionan, los contadores y
las alcantarillas sin tapa, las tapas metálicas hundidas, los permanentes
cambios de nivel y de textura de los andenes, sus rampas demasiado pendientes,
los postes (muchos de ellos sin uso) y los muñones de postes, los bolardos
cuando son enanos (como son casi todos en Cali) las puertas de rejas y garajes
que abren hacia afuera, los techos torcidos y oxidados de las casetas instaladas
en medio de los andenes que apuntan directamente a los ojos, las líneas de alta
tensión que pasan enfrente de las ventanas de los edificios prácticamente al
alcance de la mano, las señales y demarcaciones de trafico antitécnicas,
obsoletas o destruidas o simplemente olvidadas en cualquier parte de calles y
avenidas.
En
fin, esta ciudad esta llena de trampas urbanas debidas a la improvisación y la
negligencia. ¿Pero a quien le importan sus consecuencias psicológicas, físicas y
legales en un país en el que los homicidios debidos a la violencia
intrafamiliar y callejera son más que los de la lenta y vieja guerra que lo
aqueja hace ya medio siglo? Por eso se pasa por alto que las trampas urbanas
contribuyen a la mala calidad del espacio publico de la ciudad, y esta mala
calidad de lo urbano sin dudas contribuye a la violencia...que nos impide
pensar que la mala calidad de la ciudad contribuye a su violencia.
Muchas
de estas trampas se deben a diseños, muy comunes entre nosotros, que no
obedecen ni consideran reglamentaciones, normas ni estándares y ni siquiera el
sentido común. Como por ejemplo los insólitos tubos dispuestos en el borde de
los andenes de la Avenida Sexta para impedir que los carros se estacionen en
ellos. Son incómodos y peligrosos para peatones, choferes y personas que bajan
de los carros pues no se pueden ver fácilmente, ya que están contra el piso, y
menos de noche, pues están pintados de rojo.
En
todas partes se usan bolardos para impedir que los automóviles invadan las
zonas peatonales, obviamente bolardos de tamaño apropiado (entre más pequeños
mas anchos y entre mas altos mas delgados) pues permiten el paso cómodo y
seguro de los peatones. Cuando se desea impedir el paso tanto de peatones como
de carros simplemente se usan barandas altas que no se puedan saltar ni pasar
por debajo. Bolardos y barandas que ya están inventados y cuya eficacia ha sido
comprobada hace mucho tiempo. Y como los carros y sobre todo la gente no ha
cambiado, pues siguen siendo validos así no gusten a algunos. No usarlos es una
falsa originalidad, por lo contrario la creatividad consiste en adaptarlos
y mejorarlos.
O
evitarlos, como se debe hacer enfrente de edificios de uso masivo, como salas
de cines y supermercados, donde se deben eliminar todas las barreras y prohibir
el estacionamiento con el objeto de mantener el espacio libre en caso de un
incendio o cualquier otro evento que implique la evacuación inmediata del
publico y el libre acceso de maquinas de bomberos y ambulancias. Pero aquí,
donde casi nadie reclama nada y muy pocos responden por algo, siguen allí esos
tubos rojos y los carros estacionados a su lado que son una amenaza mortal en
el caso de una emergencia en el Teatro Calima o en el Bolívar.
Afortunadamente
la Secretaria de Ordenamiento Urbanístico a comenzado a tomar cartas en el
asunto, y, en San Antonio, donde abundan las trampas urbanas, ha logrado que la
Secretaria de Transito retire las muchas señales que allí sobraban. Pero como
se sabe, una golondrina no hace verano. Lo que se necesita, en primer lugar, es
una reglamentación para el diseño de los espacios urbanos de la ciudad.
Consultada, única, clara, corta y taxativa. Y autoridad para hacerla cumplir.
Mientras tanto ¿por que no se elimina el parqueadero enfrente del Teatro Calima
y del Teatro Bolívar y se retiran los tubos rojos? ¿O es que están esperando a que se los roben
o aplasten como se robaron o destruyeron las matas que los acompañaban a lo
largo de la Sexta?
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