Qué bello nombre, qué maravilla de lugar en pleno valle fascinante. O casi. Los hemos maltratado sin misericordia; pero algo queda. Ya quisieran en otras partes sus acogedoras calles estrechas y sus sobrias, altas, grandes, frescas y hermosas casas de patios llenos de bellos árboles, como la de los Jaramillo (de que habla Santiago Sebastián), qué quien sabe si ya pasó a la lista de las construcciones abandonadas; o desaparecidas como la Ermita del Milagroso. Y también su clima, su tranquilidad y encanto de ciudad pequeña y el que sus industrias estén retiradas, haciendo posible ese sueño imposible del General Maza que no entendía por qué las ciudades no se hacían en el campo que es tan bello. Pero los que no aprecian el paisaje y las ciudades tradicionales (como si fueran posibles otras) la destruirán a menos de que se vuelva para Cali lo que Cuernavaca para Ciudad de México o la Villa de Leyva para Bogotá. O la capital del Departamento, ya que fue la escogida cuando el Valle se de...