El confort no se consideró directamente en la gran arquitectura premoderna, que, como termino diciendo el niño terrible de la arquitectura norteamericana, Philip Johnson, quien murió en su ley el año pasado, es “el arte de cómo desperdiciar el espacio”. El Gran Templo de Amón en Karnak, por ejemplo, o Santa Sofía, Notre Dame o San Pedro, pero tambien el Escorial o Versalles, incluso nuestro Capitolio, que sin duda que son el gran arte de “desperdiciar” bellamente el espacio en honor a dioses y poderosos. Pero con la arquitectura moderna, la funcionalidad se volvió un objetivo de primer orden. De ahí el ruidoso fracaso de Rem Koolhaas en la Casa de la Música de Porto, engañoso edificio que nada tiene que ver con esa bellísima ciudad que se inclina emocionada hacia el agua, igual que Coimbra y Lisboa y como Estambul. En él no solo se desperdicia por completo buena parte de su espacio construido, pues no se puede ni siq...