Como dice Charles Foster: “Las casas suelen exponer, a veces de manera brutal, la visión del mundo de quien las habita.” (Ser humano, 2021, p. 275). El caso es que, en unas más que en otras, las sensaciones, sorpresas, recuerdos y deseos se suceden al recorrerlas o al mirarlas al detenerse, en sucesión o sobreponiéndose, y que ya sentados, en la sala o el comedor, a veces solo se meditan, pero siempre están presentes aunque sea inconscientemente. De ahí insistir en que la buena arquitectura debe emocionar, pero hay que precisar que debe hacerlo muy bien y no mal, ya que inevitablemente impacta la mente a través de todos los cinco sentidos y no apenas la vista y el oído. Se trata de sensaciones visuales y acústicas, y por lo tanto de carácter estético, además de las producidas por la lluvia, los truenos y los ruidos producidos por los animales, pero igualmente las hay táctiles, olfativas y hasta gustativas, las que en los eventos tradicionales en las casas, como son los almuerzos,...