De pronto se oyó un golpe seco, seguido y acompasado, acompañado, o eso parecía, de una canción en voz baja; pero solo unos pasos mas adelante se vio que se trataba de un bastón de ciego, y que lo portaba una mujer alta, algo gruesa mas muy erguida, y sin duda célebre, como la llamaría con acierto Julio Cesar Londoño convirtiéndola en un bello cuento. Yo acababa de atravesar la Calle Quince, esquivando las motos que circulan por los que eran sus andenes, y como si fuera poco pegándome a las paredes para dar paso a los carros que por allí tienen ahora que entrar a los estacionamientos, y con los buses del MIO resoplando prácticamente encima como si fueran de otros. Con la venia de Paul Johnson, quien opina que en las columnas de opinión no se deben tratar intimidades ( Al diablo con Picasso , 1997), les cuento que le pregunté a la ciega si podía hablarle dos minutos y para qu...