En su paso por el valle el río no tuvo (por su ancho no podía) ningún puente similar al bellísimo de ladrillo y calicanto y formas mudéjares sobre el río Güengüé, cerca a la hacienda de Garciabajo, construido por la familia Olano, su propietaria a finales del XIX, o los Santander de Quilachao, y ni mucho menos como el del Humilladero de Popayán, soberbio allá o en cualquier parte del mundo. Pero sus puentes metálicos, de principios del XX, son uno de los mayores y más importantes ejemplos del patrimonio construido de la región. Estas estructuras importadas y armadas por ingenieros, la mayoría de las veces extranjeros, permitieron unir eficientemente las dos bandas del río e impulsar el progreso de la región. Que este se confundiera con la casi total devastación de sus guaduales, montes y fauna, y la peligrosa reducción de sus aguas, no fue culpa de los puentes sino de la codicia, el facilismo y la miopía de los vallecaucanos. Me...