Ortega y Gasset recuerda como griegos y
romanos "decidieron" separarse
del campo limitando un trozo "mediante unos muros que opongan el espacio
incluso y finito al espacio amorfo y sin fin". Un pedazo de espaldas al
resto, que prescinde del resto y se opone a él. Un espacio sui generis,
novísimo, en que el hombre crea un ámbito aparte puramente humano: el espacio
civil (La
rebelión de las masas ). En el Nuevo Mundo el Imperio Español reglamentó estos
espacios después de que espontáneamente se trazaron cerca de 300 ciudades a lo
largo del continente a principios del XVI: "La Plaza Mayor donde se ha de
comenzar la población, siendo de costa de mar, se debe hacer en el
desembarcadero del puerto, y si fuere lugar mediterráneo en medio de la
población: su forma en cuadro prolongado, que por lo menos tenga de largo una
vez y media de su ancho, porque sea más a propósito para las fiestas de a
caballo y otras: su grandeza proporcionada al número de vecinos, y teniendo
consideración a que las poblaciones pueden ir en aumento..."
(Recopilación de las leyes de los reinos de Indias.).
Hasta bien entrado el XVII la plaza de Cali, que como casi
todas fue apenas cuadrada (o casi), tuvo pocas casas y muros que la opusieran
al amplio espacio que rodeaba esa "ciudad" que solo lo era ante el
notario y el proyecto ambicioso de la conquista. Insólita plaza, abierta,
luminosa y llana, que en medio del campo lo negaba en la imaginación. No tenía
árboles pero su suelo de pasto seguía la pendiente natural del terreno, y su
forma torcida correspondería a una agrimensura de descuidados pasos. En su
centro estaba sólo el "rollo" de los ajusticiamientos y, por
supuesto, de la arbitrariedad. Poco a poco la rodearon casas y calles y se
constituyó en el centro simbólico de la ciudad. En su espacio vacío las
miradas se cruzaban, encontraban y concentraban. Sus usos múltiples y
heterogéneos eran abigarrados en los días de fiesta y de mercado cuando se
intercambian mercancías e informaciones al confluir todos los ciudadanos en una
gran "visita colectiva" como la llama Edgar Vásquez (Historia del
desarrollo urbano en Cali ). En 1745, cuando todavía pastaban allí vacas y
burros, se levanta un campanario de guadua para la iglesia matriz y se exige al
cura doctrinero "que en las funciones de fiestas salga a los encierros de
toros y a capitanear con ellos a los matachines, acción por cierto que bien
especulada por la prudencia y no por la malicia, parece que merece más bien
aplauso."
Con
la Revolución Francesa las estatuas de los soberanos cayeron, reemplazadas, en
el centro de las plazas reales, por árboles de la flora regional. En la Nueva
Granada, 30 años después, Nariño introdujo este rito republicano sembrando un
arrayán en el centro de la Plaza Mayor de Santa Fe, justo donde había estado el
cadalso virreinal. Muchas ciudades americanas siguieron ese ideal europeo que
identificaba lo republicano con lo clásico. El espacio abierto, luminoso, llano
y vacío de la plaza de Cali, rebautizada en 1813 cuando se juró la Constitución
de la monarquía española, lentamente se vuelve parque. Se suspendieron las
fiestas, y el mercado semanal, las carreras de caballos y las corridas pasaron
a otras partes. En 1875 el Cabildo ordenó una pila en el centro y árboles
dispuestos simétricamente pero sólo hasta 1888 se sembraron cuatro almendros.
Hacia 1890 se la cercó y se sembró una inmensa zapallera. En 1898 se
construyeron sus parterres. Ya en el XX se cerró con una verja de hierro, con
puertas de torno en medio de cada frente, que no duro mucho. Después se
sembraron sus características filas de palmeras pero la penumbra y el desorden
crecieron con los árboles que quedaron. Lo que fue ágora se llenó de elementos
pero se vacío de actividades y comunicaciones.
Hoy
el Parque de Caicedo, que sigue siendo el centro de la ciudad, ha recobrado la
vida popular de los portales de la vieja plaza, pero el Palacio Nacional -que
lo preside- fue abandonado hace años a su peor suerte por gobiernos municipales
sin imaginación ni cultura ciudadana, como quedó en evidencia al ser abierto al
público el Salón Regional de Artistas organizado en sus maltrechos recintos por
la Facultad de Artes de la Universidad del Valle.
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