Lo que ha debido ser una justa protesta por los varios y graves errores en la concepción del MIO y las sucesivas equivocaciones en su manejo (como tener cerca de un Presidente por año) advertidos reiterativamente en esta columna desde 1998, terminó vergonzosamente muy mal. Un muerto, quien sabe cuantos heridos, una estación destruida (les costaron a los contribuyentes cerca de mil millones cada una), dos articulados incendiados (les costaron a sus operadores otro tanto que paga el seguro), más de cien buses dañados parcialmente y la movilización de todos los caleños paralizada abusivamente. Los argumentos en apoyo a una reforma a fondo del MIO se volvieron humo ante la incapacidad de discurrir de los propietarios de los buses que las autoridades pretenden -equivocadamente- sacar de servicio. Y primó ese espíritu de destrucción que lleva a la acción vi...