El conocido pasodoble, himno casi de la
ciudad, es ejemplo de su autenticidad; no la de la originalidad sino la del
carácter. No en vano Manizales ha manejado el café por más de un siglo. Su
participación económica, política, social y cultural en el país ha sido
importante y permanente. De las pocas ciudades colombianas que no se dejaron
del narcotráfico ni del ladrillo a la bogotana, allí, "primero es el
peatón". Montando la montaña su emplazamiento es espectacular (digno de un
edificio de Rogelio Salmona) y sus bellísimos paisajes penetran sus inclinadas
calles, que con frecuencia son escaleras, hasta el mismísimo corazón de la
ciudad. Su contundente Plaza de Bolívar (premiada en la XIII Bienal de
Arquitectura Colombiana) es, con la de Bogotá (recuperada a principios de los
60 por Fernando Martínez) y las de unas pocas poblaciones boyacenses como Villa
de Leyva (olvidadas tal cual eran), las únicas plazas en el país que aun lo
son. No fue preciso el gesto republicano de volverla parque, siguiendo el
ejemplo de los revolucionarios franceses, pues nunca fue Plaza Mayor. Presidida
por su imponente catedral y la vieja y bella Gobernación, la topografía le
imprime carácter; como se lo imprime al Cementerio, el más bello del país, al
edificio de Bellas Artes, cual faro a la entrada del sur, a la íntima plaza de
toros y a muchos edificios de la ciudad que ineludiblemente se asoman a las
lomas que la rodean al otro lado de las cañadas que la circundan. Como el Club
Manizales, de Obregón y Valenzuela, cuya sugestiva secuencia de espacios que
llevan a la vista, y su discreción hacia la calle, piden suprimir sus
desafortunadas intervenciones recientes para que sea Monumento Nacional como lo
son otros destacados edificios modernos en Colombia.
La
arquitectura de Manizales está estrechamente asociada al bahareque desde
finales del siglo pasado. Este sistema constructivo, en sí sismorresistente,
sustituyó la tapia pisada inicial, y pasó de ser recubierto con barro y cagajón
a serlo con las laminas metálicas con las que se modelaron las formas
academicistas de sus increíbles edificios de principios de este siglo. Hoy,
recubierto con pañetes de cemento, promete una arquitectura contemporánea
propia y apropiada si se deja de lado el uso solamente folklórico y emocional
de la guadua. Enamorados de su tradición arquitectónico-constructiva y
conscientes de su peculiaridad, los caldenses quieren que la vecina Salamina y
el centro histórico de Manizales, ya Monumentos Nacionales, sean declarados por
la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Esto evitaría, aun más, errores como la
demolición de los palacios Nacional y Municipal y los absurdos edificios altos
en el centro. En esta dirección hay que ver el primer Encuentro Internacional
de Arquitecturas Republicanas recientemente realizado en la ciudad con
envidiable éxito por la Fundación Fondo Cultural del Café y el Departamento de
Arquitectura de la Universidad Nacional Sede Manizales. Más de cuatrocientas
personas, la mayoría estudiantes de arquitectura de todas partes del país,
escucharon conferencistas de Portugal, Puerto Rico, Venezuela, Argentina, Chile
y Colombia.
Fundada
solo a mediados del siglo pasado, Manizales, con apenas cuatrocientos mil
habitantes, es más ciudad que otras agobiadas por un crecimiento reciente
demasiado rápido e incontrolado. Y abarca más territorio. Desde sus miradores y
calles embalconadas se puede ver a lo lejos y abajo el caluroso Cauca y la
Cordillera Occidental, y vislumbrar el Pacifico o al menos sus luminosas
tempestades. Al otro lado, muy arriba, el Parque de los Nevados y los más de
cinco mil metros helados de las nieves del Ruiz. Tiene pues todo para enfrentar
la grave crisis actual del café. Paisajes, climas, eventos, arquitecturas y
sobre todo gentes con carácter que la lleven a la industria del turismo y el
tiempo libre. Solo le faltan carreteras. La doble calzada a Pereira la pondría
a algo menos de cuatro horas de Cali, es decir, poco más de lo que se toma ir
de la capital del Valle a Popayán. Con una verdadera autopista el Gran Cauca
quedaría nuevamente unido por cinco horas de camino. Manizales se lleva en el
alma, como sigue el pasodoble, pero que bueno que quedara más a mano.
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