En un libro (Varios: Historia de la
cultura en el siglo XX en el Valle del Cauca ) con imperdonables omisiones, ya
mencionadas por Beatriz López y Liliane de Levy, fue también desafortunado el
capítulo sobre la arquitectura. Lo que hubiera podido ser un lícito e interesante
ensayo sobre su obra (casi todos los edificios que menciona son de su firma) se
le volvió en contra. Manuel Lago, que no es historiador ni crítico ni teórico
sino uno de los más destacados arquitectos de la ciudad, no pudo valorar como
lo merece su importantísima contribución a la arquitectura moderna de la
región. Ni la criticó, por supuesto, pero sí ignoró arquitectos, edificios y
casas tan destacados como él o los suyos, cuya larga lista apareció en esta
columna en protesta por no estar nadie del Valle en los "10 más
importantes del siglo" de la revista Credencial. No mencionó siquiera a
los que trabajaron en Lago & Saenz, o con ellos, muy especialmente a Jaime Vélez, cuando diseñaban sobresalientes edificios y ganaban concursos. Hasta
dejó de lado la estupenda casa de su socio Jaime Sáenz para sus padres.
Concentrado
en Cali y en la segunda mitad del siglo, apenas se ocupó del resto del
departamento, y salió rápidamente de los muy importantes cambios de la región
al inicio de un proceso que dura hasta hoy. Olvidó que aún se levantaban casas
de hacienda cuando ya esta ciudad se pasaba al otro lado del Río Cali con la
construcción de villas en barrios residenciales en las faldas de las Tres
Cruces y la apertura del Paseo Bolívar, lo que los convirtió en hitos de su
paisaje urbano. Nada le dijo la mirada artificiosa de la naturaleza por un
romanticismo tardío que transformó la vieja Plaza Mayor en un square a la inglesa. No menciona los nuevos parques
y paseos, ni la arquitectura hospitalaria o la comercial. Ni las obras públicas
ni las nuevas urbanizaciones, hechas muchas por firmas, arquitectos y sobre
todo ingenieros extranjeros. Pasó por alto los problemas del patrimonio urbano
y arquitectónico en una ciudad que lo ha destruido casi todo. Nada sobre los
concursos, exposiciones, revistas, eventos o las escuelas.
La
tesis que aventura es el lugar común de que nuestra arquitectura viene de
nuestro pasado lo cual justo no acontece en el siglo XX (y no solo en las
iglesias, como se contradice Lago) en donde de la tradición colonial solo
quedan adobes y techumbres detrás de fachadas academicistas venidas de Europa
con la literatura romántica (Silvia Arango: Encuentro Internacional de
Arquitecturas Republicanas, Manizales 1999) y con las fotografías y postales de
los viajeros y en la memoria de los muchos extranjeros que llegaron a la
incipiente capital del Valle; y no del Capitolio Nacional, como afirma Lago,
pues, construidos ya con cemento, hierro y vidrio importados, muchos de estos
edificios son anteriores o sus contemporáneos y él mismo venía de afuera. Es
una arquitectura moderno-historicista desligada de nuestro pasado. Incluso el
español californiano vino fue de Hollywood, el Art deco de La Florida y la muy importante
arquitectura moderna de los 50 y 60 se inspiró en modelos brasileños, europeos
y norteamericanos -realizada por arquitectos que, como Lago, estudiaron allá o
en Bogotá- al igual que el posmodernismo del narcotráfico de la última década
lo está en las revistas y en "Mayami".
Se
ignoraron trabajos como la arquitectura del Ferrocarril del Pacifico de Carlos
Botero, las iglesias en la ciudad de Ricardo Hincapié, Ramiro Bonilla y Carlos
Zapata, la arquitectura de BZ&G de Rodrigo Tascón, el patrimonio de Cali de
Jaime Coronel, su arquitectura moderna de Carlos Bernal y Constanza Cobo, su
centro de Marcela Falla, Juan Carlos Vallecilla, Esperanza Cruz y Juan Carlos
Ponce de León, los edificios industriales de Jorge Galindo, las unidades de
vivienda de Fernando Torres, la morfología urbana y los servicios públicos de
Bonilla o la historia de la ciudad de Jacques April. Pero sobre todo el de
Francisco Ramírez sobre la arquitectura profesional en América Latina y
Colombia, del que solo se reproduce una alabanza sin importancia. Sorprende que
nadie se haya tomado el trabajo de establecer los antecedentes, y que no haya
bibliografía ni referencias ni dibujos. Desconsuela que Fernando Cruz Kronfly,
editor del libro, haya pasado todo esto. ¿O será que esta es la historia de la
cultura en el Valle?
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