En 1566 un terremoto arruinó las casas de tapias y tejas, que se
empezaban a construir, pero dejó en pie las de bahareque y palma, que
conformaban casi la totalidad del villorrio que era Cali. En 1772 el arquitecto
español Antonio García reconstruía otra vez, debido a los temblores, la iglesia
matriz de San Pedro. El terremoto de 1885 dañó su torre, posiblemente diseñada
por Fray José Ignacio Ortíz, y desprendió la bóveda, por lo que hubo que
cerrarla. Su cúpula fue reconstruida a finales de la década de 1920 por los
arquitectos e ingenieros Rafael Borrero y Francisco Ospina, pues había quedado
resentida por el terremoto de 1925, que también destruyo la ermita de Nuestra
Señora de la Soledad del Río. En Cali a temblado desde su fundación y en los
últimos años hubo tres o cuatro temblores fuertes. Pero lo que es de temblar es
lo que sucedería en este enorme asentamiento actual de más de dos millones de
habitantes con un terremoto como el reciente de la zona cafetera.
Hace
años un famoso sismólogo norteamericano afirmo después de un gran terremoto que
los que mataban eran los edificios y no los sismos. Se ha vuelto un lugar común
y se comprueba en cada nuevo evento. Por
eso después del de Popayán y presionadas entre otros por las compañías de
seguros, que muy sensatamente desean que los edificios no solamente no se
caigan sino que en lo posible no se dañen, se elaboraron normas para
construcciones sismo resistentes (hasta hoy no hay nada antisísmico) que, cosa
novedosa en este país, tuvieron fuerza de ley. Recientemente fueron
actualizadas (cada nuevo evento permite saber más) y desde 1998 constituyen una
nueva ley. Sin embargo, promotores, arquitectos y constructores hacen lo
posible para evadirla con la complicidad de propietarios y compradores
ignorantes, por la sencilla pero suicida razón de que los edificios que la
cumplen son más costosos. Además, el Estado es incapaz de controlar esta y
otras normas en la construcción "informal" pese a que es la
responsable de la mayor parte de las ciudades colombianas.
Pero hay otra explicación: en Colombia
ignoramos la realidad y adoramos la fantasía; producimos escritores y artistas
pero no técnicos o científicos. Desdeñamos la crítica, la que con frecuencia
reemplazamos por la simple opinión, el agüero o la fe. Por eso no reconocemos
los arquitectos y constructores mejor preparados y dejamos nuestros edificios y
ciudades en manos de cualquiera. El problema viene de atrás. Como lo ha
precisado Frank Safford, la indiferencia de la clase alta neogranadina hacia lo
técnico y científico se debe en parte a su herencia cultural. La aristocracia
española basó su cultura -militar y burocrática- en los privilegios que le
fueron concedidos desde el siglo XI hasta el XIII, y la larga Guerra de
Reconquista impuso sus valores a toda la sociedad, pasando a las colonias en
donde se acentuaron. La nueva República, inmersa en sus innumerables guerras
civiles, buscó la "modernidad" más como imagen que como cambio real.
Esto ha sido fatal en Cali pues ha crecido con mala arquitectura y mala
construcción, en la que ha sido su mayor expansión desde su fundación, con gran
peligro para la vida, como ya se sabe pero no se cree: ¿como explicar que no se
haya actualizado la microzonificación sísmica de la ciudad mientras se despilfarra dinero en las iluminaciones navideñas?
Es
imperativo un cambio en la enseñanza que les permita a los nuevos arquitectos y
constructores afrontar el reciclaje de ciudades y edificios destruidos por los
temblores pero sobre todo por la codicia y la ignorancia. Es inconcebible que,
por ejemplo, desconozcan la nueva ley pese a que su ignorancia los puede llevar
a la cárcel. Reconforta que la Facultad de Arquitectura de la San Buenaventura
haya preparado desde el año pasado un foro relativo al tema. Es de esperar que
a este le pongan más bolas que al muy completo que hace unos años realizó la
SCA, ignorado por arquitectos y, lo que es más penoso, por profesores de
arquitectura, paradoja que se repitió la semana pasada, cuando solo unos pocos
arquitectos asistieron a las conferencias programadas al respecto por la
Facultad de Ingenierías de la Universidad del Valle.
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