Hay que insistir: hay muchas
iniciativas que habría que hacer realidad en Cali para que la vida aquí fuera
más grata y digna. Pero demandan cuantiosas inversiones y muchos estudios. Por
eso se hacen incompletas o mal o no se realizan. Pero hay otras que no
requieren prácticamente ninguna inversión ni estudio. Pero no les paran bolas
por que ni las autoridades ni los ciudadanos que las eligen son conscientes de
su importancia. Carecen a mano de ciudades de verdad para poder compararlas con
la suya. Cali esta cada vez más lejos de Cartagena y hasta de Popayán. De
Caracas o Quito. Y ni se diga de París o Barcelona. Ignoran lo que es una ciudad
grata y digna; o piensan, como personas aun colonizadas, que eso solo es
posible en el extranjero, al que detestan pero al que muchos (70% según una
última encuesta) quisieran irse, vencidos por el miedo o buscando, es su
derecho, otra oportunidad, pero renunciado entretanto a transformar su propia y
única realidad.
Cali
hace años no es la Capital Deportiva de América, ahora solo es la capital de la
fealdad, el desorden, la inseguridad, el mugre y el ruido. Las fiestas que
tienen que soportar los vecinos cada fin de semana ante la inutilidad de la ley
zanahoria. Los aparatos de sonido que se ponen a todo volumen para que los
demás se enteren (como si les importara) de su potencia y de sus preferencias
musicales. Se quitan los silenciadores de las motocicletas ante la indiferencia
de las autoridades. Los guardias creen que agilizan el trafico pitando como
energúmenos. Y ni se diga de las ambulancias que lo que ganan en rapidez lo
pierden con el estrés que causan. Pero lo peor son los pitos de los carros.
En
los países civilizados el pito solo se usa para
emergencias. Su uso innecesario es castigado con fuertes multas. Pero
aquí se pita por todo y para todo. De día y de noche. Elegantes señoras y
señores que pitan como patanes para que les habrán el garaje. Enamorados que lo
hacen para recoger novias que se dejan pitar. Choferes que recogen patrones
encorbatados. Los buses de colegio para llamar niños retrasados. Los que
recogen la basura y los que reparten el gas así usen campanas. Se pita para
celebrar las victorias de los equipos de fútbol o lo que sea. Pitan con afán
los conductores instantes después de que cambia el semáforo, y con rabia cuando
alguien se atreve a cruzar enfrente de ellos así haya el espacio suficiente y
hecho las señales reglamentarias. Todos pitan inútilmente cuando el trafico se
detiene por escasos segundos. Pitan los buses que no respetan nada todo el
tiempo. Y los camiones que inexplicablemente todavía cruzan todos los días la
ciudad en horas pico. Pitan los caleños (tan pueblerinos) para saludarse de un
carro a otro. Para que las bellas sardinas volteen a mirar, cosa que, lastima,
pero muy bien, no hacen. Pitan con estruendosos pitos de aire las chivas
turísticas tratando de convencer a los escasos y estrambóticos extranjeros y
ejecutivos que, lejos de casa, se prestan para eso, que el camino a la
felicidad es el ruido y la borrachera que muchos confunden en el país con Cali.
¡Que vergüenza! Aquí se ha tratado de inculcar que la alegría que no se tiene o
se siente se puede reemplazar con el alboroto. Menos mal (y por esto también es
bueno comparase con otros) que a diferencia de Cartagena los taxistas no pitan
para ofrecer sus servicios, ni todos pitan en las esquinas como en Popayán.
Pero
secuestrados cada vez más en esta ciudad, de la que no todos se pueden o
quieren ir, se debería de tratar de devolverle al menos su silencio (que lo
tuvo antes) indispensable para una convivencia grata y digna. Debería ser un
programa del gobierno municipal el crear la conciencia entre los ciudadanos de
que el espacio urbano de la ciudad, especialmente el público, debe ser
silencioso. El problema es que esto no representa contratos para repartir.
Los
que no nos hemos resignado a la realidad que nos tocó ni queremos huir de ella
deberíamos pedir todos juntos: bella dama, distinguido caballero, preciosa
señorita, impetuoso joven, abnegado chofer de bus, señor taxista, señor
policía...¡carajo no piten más!
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