Su origen es el urbanismo anglosajón y
son totalmente ajenos a la tradición islámica y medioeval de nuestras ciudades
y recientes en ellas. Su condición es ambigua: propiedad privada pero de uso
público parcial, en la medida en que se supone que se los mira pero no se los
toca. Sus reglamentaciones, más ambiguas aun, solo traen confusiones y abusos.
Se los pavimenta, se los cierra y hasta se los cubre. Se hace en ellos lo que
se le da la gana a sus "propietarios" y terminan con frecuencia
"privatizados" en las narices de las autoridades, conformando el más
descarado robo del espacio público. Propios de casas suburbanas aisladas, su
utilidad ya no es tan clara cuando se trata de los edificios paramentados que
las reemplazan. Su ancho es inexplicable pero sistemáticamente disminuido. Se
autorizan garajes debajo de ellos impidiendo la ampliación futura de los
andenes cuando los primeros pisos se vuelven comerciales. En los conjuntos de
vivienda se cierran con mallas (alegando válidas razones de seguridad)
eliminado de un tajo su razón de ser.
La
remodelación de la 15 en Bogotá evidenció por fin su problema para todos: sus
nuevos y amplios andenes, solo posibles al eliminar dos carriles de la vía,
únicamente pudieron llegar hasta los antejardines; hasta la propiedad privada.
Ante lo evidente de semejante contradicción, a partir de ahora los nuevos
proyectos de Peñalosa para la remodelación de avenidas serán de paramento a
paramento como ya se esta haciendo en la calle 85. Los comerciantes,
compradores y paseantes finalmente aceptaron la importancia de despejar los
andenes y entendieron que inclusive en Colombia son los peatones los que compran
y no los carros. En Cali, en la 6ª, no se atrevieron a disminuir la vía y
saturaron los angostos andenes existentes de objetos la mayoría inútiles; el
resultado salta a la vista: un dineral -de los contribuyentes- tirado a la
basura pues no se logró la recuperación del sector ni el embellecimiento ni
mejoramiento de la vía, y nadie se ha dado por enterado.
Por
supuesto el problema como casi todo viene de atrás. En la ciudad tradicional
las casas paramentadas separaban contundentemente las calles (espacios libres y
públicos) de sus patios (espacios libres privados) y sus solares y jardines
(espacios libres y verdes privados). En cambio los antejardines modernos
(también espacios libres y verdes privados) no están separados de las calles
(igualmente espacios libres) alterando la relación entre ellos y por lo tanto
su apropiado uso (otra cosa es cuando están cerrados con rejas: pasan a ser
patios anteriores) Igual que las señales de transito antitécnicas, ambiguas,
incompletas, no vigentes o simplemente absurdas que abundan en las calles y
carreteras de este país, incitando a los conductores a no tenerlas en cuenta,
las normas de urbanismo de sus ciudades, ambiguas, confusas, complicadas y
pretenciosamente extensas, llevan a no respetarlas. Y la ambigüedad de la ley o
la norma fomenta abundantemente la corrupción: así, nuestras ciudades
"modernas" son ambiguas, informes y corruptas en forma y contenido.
En
ciudades con crecimientos y cambios desaforados, como es el caso de Cali, tal
parece que a nadie se le ocurre prever que pasará después con ese embeleco que
son los antejardines en cualquier parte. Ante la enorme dificultad de cambiar
una larga tradición urbana, en la que a lo público y lo privado corresponden
espacios nítidamente diferenciados, cabe preguntar por que se insiste en acabar
con ese equilibrio milenario. La necesidad de tener al menos una imagen
moderna, aunque sea vaga, incompleta y maltrecha, parece una respuesta... que
lleva a otra pregunta: ante la enorme dificultad de introducir la disciplina,
el entendimiento, la educación y el respeto suficientes para poder poner en
práctica adecuadamente esta nueva y exógena tradición urbana ¿por que no
abandonarla? Por supuesto los edificios y las ciudades pueden ser modernos sin
antejardines; los ejemplos abundan; pero también el interés de los corruptos en
mantener la ambigüedad de las normas.
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