El espacio urbano no es solo calles,
plazas y parques. También lo es el que permite ver el paisaje, el cielo y la
ciudad misma. Pero si alguien viendo lo feas, sucias, desbaratadas y ruidosas
que se han vuelto las calles de Cali mira al cielo para evadirlas, se engaña:
está tapado por inmensas vallas y tiene que contentarse si acaso viendo bellas
modelos de papel (como si las mujeres no contaran) si las encuentra pero también
se engaña con esas jóvenes blancas, bronceadas, altas, ojiazules, rubias, bien
formadas, duras y medio desnudas y seductoras -nenas foráneas que diría la
ministra- pues no vienen con los productos que anuncian, ni los productos son
como aparecen con ellas ni valen lo que dicen y a veces ni se consiguen.
Horribles vallas "bellas" para machos que tapan todo y no destapan
nada cuando no son francamente feas.
Como
se sabe, las cosas pueden empeorar: cerca de la mitad del
"amoblamiento" urbano será por 20 años el absurdo de 500 puestos de
comida y 1400 "soportes informativos". Mogadores, dicen, pero si lo
fueran serían más que todos los que hay en cualquier capital del mundo. Su
diseño se lo valora tan solo en un 5 % de los puntos para adjudicar una
licitación que, dicen, será un buen negocio, para la ciudad, aclaran, pero
tapan lo que implica que esté por fuera del POT y se extienda por el doble de
años. No se conocen ni tampoco por lo tanto se han diseñado los sitios donde se
instalarán. Simplemente se pondrán en los separadores contrariando elementales
normas de seguridad vial. Pero como son muchos tendrán que ponerlos también en
los muy estrechos andenes, y tan flacos que terminaran pareciéndose a esas
vallas que tanto afean a Cali, puestas por una empresa que es, como no, una de
las dos que participan en la licitación. Y quien sabe con que propaganda, o
información institucional, pues nos dicen que también la habrá, como si esa
información no tapara además el paisaje.
Igual que hace cinco siglos los conquistadores, ahora nos quieren
convencer ya no con espejitos sino con propagandas. Aprovechan que todavía
muchos a pesar de no tener con qué comprar lo que en ellas se anuncia aman las
vallas, igual que adoran los puentes vehiculares aunque no tengan carro; saben
que los cambian por el paisaje y la ciudad de la misma manera que cambian la
vida real por la ficticia de la televisión. Menos mal que la mitad de los
caleños son caleñas y que aquí muchos hombres aún las prefieren (pues en verdad
son como las flores) a esas nenas de mentiras con las que en este país se
pretende vender todo.
Hay que boicotear esta avalancha de vallas para que no acompañe la niñez
de los que nazcan con el siglo ni amarguen la vejes de los que les toque morir
en esta ciudad que cada vez lo es menos; o simplemente para que no nos toque a
los que insistimos en quedarnos pensando que Cali puede cambiar como ya comenzó
Bogotá. Hay que convencer a los industriales y comerciantes de no anunciar en
ellas y a los ciudadanos de no comprar lo que anuncien; demandarlas cuando
ocasionen accidentes o impidan circular o mirar; y no votar por los candidatos
que se quedan callados y las usan inútilmente. Con la excepción de de Roux
ninguno ha dicho nada sobre este gigantesco no mico sino bandada de murciélagos
que le están metiendo a una ciudad de la cual sospechosamente pretenden ser
alcaldes. Vallas y vallas y vallas que ocultaran aún más el cielo, los cerros y
la ciudad. Escandalosa contaminación visual de la que no podrán decir ya nada cuando
vean lo que callan ahora. Ni ellos ni los que voten por ellos.
Dirán que la publicidad es necesaria para financiar el amoblamiento pero
taparan que es preciso primero tener anchos y continuos andenes. Saben el
precio de lo que hacen pero no respetan el valor de lo que dañan. Con un lance
de magia confunden que una cosa es financiar el proyecto con avisos y otra
enajenar el espacio urbano público a la publicidad, por toda una generación,
con la disculpa de un mobiliario cuya mitad no es tal. Pensaran que en una
ciudad en que secuestran a la gente todos los días que más da quitarle también
su derecho a la belleza y que 20 años no son nada. Lo cierto es que los últimos
tres fueron demasiado. Ojala sean los últimos.
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