El edificio pretende ser el mismo un
hecho cultural que, en la medida en que es financiado con dineros públicos,
acoja no sólo lo tradicional, lo popular, lo espontáneo, sino también lo culto,
lo institucional. Que responda a los intereses de la comunidad pero también a
los del Estado. Que acepte lo internacional y lo local, las artesanías y las artes.
Que permita valorar lo propio al confrontarlo con lo de los otros; esos otros
que se deben conocer y respetar.
En
Santa Elena se repite el urbanismo y la arquitectura iniciados en la Colonia,
pero también las modernizaciones que sufrieron las poblaciones colombianas, a
finales del siglo pasado, y en éste, que desdibujaron lo colonial sin lograr lo
moderno. Fue el empobrecimiento de una y otra arquitectura y urbanismo. Pero
hacer una arquitectura pseudo colonial sería tan falso como pretender una imposible
vanguardia, o formas "posmodernas" tan trivialmente imitadas en el
país. La única salida que se vislumbraba era un edificio sencillamente actual
que considerara las tradiciones arquitectónicas y urbanas, el clima y el
paisaje locales, y los recursos al tiempo que aspirara a lo más contemporáneo
posible en su concepción, construcción y uso, permitiendo la coexistencia
potenciadora de lo moderno y lo tradicional.
El
sitio, una esquina a una cuadra de la plaza, a la entrada desde la carretera,
es óptimo. Pero su tamaño obligó dos pisos para poder satisfacer el programa.
En compensación se retrocede sobre la calle, como lo hacían las iglesias en la
Colonia, conformando una plazuela, muy apropiada para un edificio público de la
mayor importancia para la comunidad como lo debe ser éste. En la parte
posterior un muro blanco establece la continuidad de las calles de casas
urbanas de un piso, que en su mayoría son o fueron blancas, típicas del Valle.
Considerando
su imprevisible desarrollo se optó por espacios genéricos iguales y de tamaño
suficiente para albergar diferentes actividades relacionadas con la educación y
las artes. Abajo se dispone una cafetería y venta de manjares típicos, un
almacén de artesanías e información turística y una sala múltiple que se abre a
un patio apergolado para actividades al aire libre. Arriba, un salón (clases,
Internet, TV, música y videos culturales) una pequeña biblioteca y la oficina
de la dirección. En los corredores se podrán hacer pequeñas exposiciones. Se
buscó, además, que el edificio implicara el mínimo gasto energético en su
construcción, uso y mantenimiento, que contaminara lo menos posible, que
utilizara las tecnologías más avanzadas disponibles y que fuera
sismorresistente. Y reciclable, pues durará muchos más años que sus usos
iniciales.
Es
una re-interpretación de lo tradicional. Allí están (parcialmente) sus
paramentos, lo lleno sobre lo vacío (invertido) los vanos verticales (pero
juntos) el gran alero (como en la colonización antioqueña) y la cubierta inclinada
(pero metálica). También el zaguán (abierto) los patios (descompuestos) y los
corredores (que nunca cambian) con piederechos (metálicos). Las acequias (un
espejo de agua) y la luz de los muros blanqueados, la sombra de aleros y
corredores, las celosías, la brisa y la penumbra. Todo en medio de esas palmas
reales y samanes (un almendro) de las casas de hacienda de la región. La
austeridad en los materiales (pero otros materiales) la sencillez constructiva
(pero prefabricada) y lo genérico y repetitivo de los espacios de la
arquitectura tradicional. Sus fachadas, cerradas al sol del este y oeste, y
abiertas al norte y sur, permiten la ventilación cruzada, y son una clara
alusión a la arquitectura moderna.
Pero
la triste realidad es que el edificio se construyo mal y después de un largo
tiempo semi abandonado se "terminó" como se pudo. Sin dotación, sin
árboles y sin uso, ha sido blanco fácil de criticas tontas y
"soluciones" apresuradas que pasan por alto que lo que realmente
importa es completarlo. Y usarlo; así su estética haya quedado maltrecha por el
desinterés del Estado en la calidad y finalización de sus proyectos culturales.
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