Después del terremoto se cometieron
graves errores en Popayán. Edificios de más de dos pisos dañan el perfil de la
ciudad, cambian su escala y comprometen la preeminencia de sus monumentos pues
su volumen es mayor que el de las iglesias e incluso, en algunos casos, que el
del Teatro Municipal y la mismísima Catedral. También se permitió la supresión
de muchos patios, que son justamente los que con las calles caracterizan su
viejo centro, en el que -es lamentable- no se ha restringido el transito. Pero
lo más grave, aunque lo que menos se reconoce, son las fachadas y
ornamentaciones pseudo coloniales que surgieron por todas partes. Sin embargo, y
es lo importante, muchas de sus casas, claustros e iglesias fueron restaurados
con acierto y se salvaron las calles tradicionales. Se eliminaron postes,
cables, avisos y semáforos, se recuperaron sus paramentos y aleros y el blanco
con que se pintaron (pese a que antes tuvieron el colorido propio de la cal con
pigmentos minerales) es un acierto urbano y arquitectónico evidente pues se
logra una uniformidad, nitidez y serenidad que compensan el desorden de la
ciudad actual.
Por lo contrario, las
modernizaciones a la que se sometió Bogotá después del 9 de Abril terminaron
por destruir mucho de lo que quedo de la tradicional Santafé exceptuando La
Candelaria y algunas iglesias y conventos. En Cali fue peor. Con la disculpa de
los Juegos Panamericanos se arrasó no solo con lo que había dejado la
demolición de las casas tradicionales que dieron paso a edificios
moderno-historicistas en la primera mitad de este siglo (con los que se
escenifico la nueva capital del nuevo Departamento del Valle) sino también con
buena parte de estos. Error que se repitió por tercera vez en las últimas
décadas, esta vez reemplazando muchas residencias, que se contaban entre el mas
valioso patrimonio arquitectónico moderno del país, por mediocres edificios
pseudo pos-modernos de los que se lleno la ciudad con el boom del negocio
inmobiliario que genero el lavado de dineros del narcotráfico.
Esta preocupante destrucción del
patrimonio urbano y arquitectónico colombiano, solo explicable por la codicia,
la corrupción y la ignorancia, es quizás más acentuada en el sur-occidente que
en ninguna otra de sus regiones. De Pasto a Manizales, pasando por Palmira,
Cartago, Armenia y Pereira, para nombrar solo las más grandes, sus poblaciones
cada vez tienen más puentes pero menos casas "viejas" y las que
quedan están ya tan descontextualizadas que no tienen sentido urbano, o tan
maltratadas que han perdido sus méritos arquitectónicos y solo les restan los
históricos. Santander de Quilichao, Caloto, y Buga son excepciones que
peligran.
Por supuesto esta tergiversación
cultural genera más violencia aunque en apariencia solo afecte a los que
queríamos nuestras ciudades, que hemos dejado de querer porque ya no existen
más. La Cali de mediados del siglo era ordenada, silenciosa, segura, limpia y
bonita. La que quisiéramos, aunque algún día sea verdaderamente moderna
(estética contemporánea y transporte masivo incluidos) y vuelva a ser limpia,
segura, ordenada y silenciosa, ya no podrá tener -también- la belleza de la
ciudad tradicional que fue. Por esto, tampoco podrá ser pos-moderna del todo.
Solo nos queda seguir visitando a Popayán antes de que los horribles edificios
que se están construyendo allí, agazapados tras sus muros blancos, falsas
techumbres y fachadas "coloniales" terminen por destruirla junto con
la agresión y el ruido de los carros. Y mientras se pueda ir; pues la violencia
se ha adueñando también de las carreteras colombianas.
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