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La peste de las demoliciones. 27.07.1998


Primero fue la demolición, en las primeras décadas de este siglo, en el centro de la ciudad, de las casas de arquitectura aun colonial que dieron paso a los edificios moderno-historicistas con los que se escenifico la nueva capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca. Después se arrasó no solo con lo que había quedado, sino también con buena parte de esos nuevos edificios, para levantar las "torres" con las que se escenificaron a su vez los VII Juegos Panamericanos. Recientemente, muchas casas, que formaban parte del mas valioso patrimonio arquitectónico moderno del país, han sido reemplazadas por esos mediocres edificios pseudo posmodernos con los que se lleno Cali con el boom inmobiliario que genero el lavado de dineros del narcotráfico.     
El Teatro Municipal se construyo demoliendo una vieja casa deshabitada por haber muerto en ella una leprosa, pero los nuevos edificios del Parque de Caicedo implicaron la demolición de la totalidad de las casas del marco de la antigua Plaza Mayor. La torre mudéjar de San Agustín se demolió para ampliar la CR 4ª para dar campo a los carros recién importados, y después se demolieron el claustro y la iglesia para construir un horrible parqueadero. La nueva Gobernación se levanto detrás del Palacio de San Francisco cuya innecesaria demolición solo se explica por el deseo de cambiar la imagen de la ciudad. El CAM se hubiera podido levantar al lado del cuartel del Batallón Pichincha pero ¿quien quería conservar ese vejestorio incompleto? El Hotel Alférez Real se demolió para dejar allí por muchos años un lote inútil finalmente convertido en un mediocre parque, que la ciudad no necesita al lado del río y de las extensas zonas verdes del CAM, conformadas demoliendo todos los edificios a su alrededor.
          Pero lo peor es cuando las demoliciones se hacen con el dinero de los contribuyentes. ¿Que sentido tiene comprar para demoler el sólido edificio del Colegio Alemán en San Fernando para una biblioteca (si es que se construye) la cual necesitara un edificio similar al que se demolió? ¿Que sentido tiene comprar y restaurar las viejas y bellas bodegas del ferrocarril para volverlas ahora una cárcel que es lo mismo que garantizar su lenta demolición? ¿Que sentido tiene adquirir caro el edificio de la FES, Premio Nacional de Arquitectura, para tugurisarlo como se esta haciendo? ¿O para feriarlo al mejor postor que por supuesto no pagara por él lo que les costo a los contribuyentes? ¿Que sentido tiene restaurar con tanto acierto la cubierta y las fachadas del Palacio Nacional para dejar que su interior, que estaba en buen estado y uso, se deteriore lentamente? ¿O, que decir de la espléndida Estación del Ferrocarril del Pacifico que fue tugurisada de inmediato por el Municipio aun sin haberla comprado?
          Demoliciones aún más preocupantes cuando las ejecuta gente con recursos. ¿Que sentido tiene demoler la bellísima casa de Borrero, Zamorano y Giovanelli detrás del Carulla de San Fernando para volverla un "mal" lote pues en su centro existe un enorme samán, ese si, por fortuna, protegido por la reciente y novedosa conciencia ecológica de los caleños? ¿Es solamente falta de imaginación no haberla reciclado para oficinas o locales o restaurantes, o, adivinado sus muchas posibilidades como vivienda? En cualquier ciudad civilizada se la hubieran peleado los ricos de buen gusto pero aquí los nuevo ricos, pobres, han sido siempre propensos a contraer la peste de las demoliciones, si es que no son su germen.
          Lo que se echa de menos es la inexistente conciencia del valor económico y cultural del patrimonio construido por parte de los caleños y sus alcaldes populares cuyo corto periodo apenas alcanza para la improvisación. Pero no solo es el desperdicio estúpido de no usar lo que ya esta construido, que significa una inversión, sino que se trata de no causar un trauma social. Desaparecer las tradiciones, los edificios y los lugares que unen culturalmente las diferentes generaciones y procedencias de los habitantes de la Cali actual, es contribuir a generar ese desarraigo creciente que tienen con su demasiado nueva y poblada ciudad. Lo que a su vez contribuye a la violencia que mata (desaparece) un numero creciente de sus habitantes.


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