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Manejar en Cali. 24.08.1998


Casi siempre se culpa al exceso de velocidad o al licor. A veces a las “fallas mecánicas”. De vez en cuando al mal estado de vías y de automóviles. Casi nunca a la falta de señalización o a que por lo menos la mitad de la que existe es antitécnica o contradictoria. Pero jamás se menciona que en Cali la mayoría de los que manejan no saben conducir. Entre otras cosas por que nadie se los a enseñado técnicamente y por que tampoco se sabe que es lo que habría que enseñar. En Colombia se mezclan indiscriminadamente el modelo norteamericano y el europeo, condimentados con no pocas invenciones y reinvenciones parroquiales. De hecho, si alguien trata de conducir aquí conforme a reglas y usos internacionales, simplemente no llega a la esquina. Todo esto lleva a que el hecho de que no se puedan o no se sepan o no se quieran respetar las normas sea el principal problema del trafico en la ciudad, circunstancia que además aprovechan los guardas, con más autoritarismo que autoridad, para sancionar injustamente o para chantajear a los conductores.
          Es agotador. El trafico no fluye y hay que frenar intempestivamente todo el tiempo. Unos van demasiado rápido y otros demasiado despacio. Hay que interpretar señales, demarcaciones y normas y tomar decisiones ad hoc en cada cruce, en cada entrecruce, en cada semáforo. Hay que pelearse con los otros el derecho a salir de un garaje o de un parqueadero, a entrar o salir de una calle o a estacionar. Todos se creen únicos beneficiarios de las calles y reclaman su supuesto derecho pitando compulsivamente cuando no echándoles a los demás el carro encima.
          Es estresante. No ha cambiado el semáforo cuando ya los de atrás pitan con rabia. Las motos, muchas veces en contravía, o llevándose por delante los retrovisores, o casi, asustan con el estruendo de sus escapes de los cuales se han retirado los silenciadores o están rotos. Los ruidosos pitos y frenos de aire de buses y camiones. Vehículos que circulan sin luces, sin stops y sin direccionales. Bicicletas que aparecen repentinamente y en silencio de los lugares menos previstos y circulando en las direcciones más insólitas. Vendedores, limpiadores de vidrios y mendigos profesionales y de verdad prácticamente asaltan los carros. Peatones, si es que así se pueden llamar, que literalmente brotan y corren temerarios por todas partes. Mirones que aprovechan las paradas para espiar los ocupantes de los carros vecinos. El escándalo, que no música, de los que necesitan mostrarles a los demás sus potentes equipos de sonido que por supuesto están prohibidos en los países que los fabrican.
          Es ineficiente. Las vías están mal diseñadas y los cruces a dos niveles resueltos con antitécnicas curvas y contracurvas que reducen su velocidad, sobre todo en un trafico tan indisciplinado y caótico como el de Cali. Taxis, buses y camiones dejando o recogiendo pasajeros o mercancías a cualquier hora y en cualquier parte. Carros frecuentemente varados o simplemente parados en la mitad de las calles interrumpiendo el flujo vehicular. Carriles que no empatan unos con otros de cuadra en cuadra y se amplían, reducen o bifurcan arbitrariamente, cuando existen, creando permanentes cuellos de botella pues nadie los sigue. Los semáforos no están sincronizados, ni correctamente ubicados, no cuentan con repetidores, no están individualizados para cada carril, y hay pocos, mal mantenidos y permanentemente violados. Y cada vez hay menos pues aquí, al contrario de las ciudades de verdad, el desarrollo es retirar un semáforo y no poner uno nuevo.
          Pero manejar en Cali no solo es agotador, estresante e ineficiente. También es peligroso por los atracos y los accidentes. Y para rematar no es precisamente agradable circular por sus feas y abandonadas avenidas en las cuales vallas y vallas y vallas de tramposas propagandas no dejan ver el cielo ni los atardeceres ni los cerros. Por lo demás cada vez hay menos edificios que valga la pena mirar pues muchos de los que había realmente bellos ya fueron demolidos.

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