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La herencia de Haussmann. 10.08.1998


El desfile del 20 de julio evidenció una vez más la falta en Cali de una escenografía adecuada para estos rituales urbanos. Los desfiles y las avenidas han acompañado siempre  a las ciudades. Desde “la Calle Llamada Recta” en Bukara, citada en La Biblia, o la Avenida Real de Tell el Amarna, o la Calle Principal de Éfeso o la de Los Muertos de Teotihuacan, hasta la Avenida Bolívar en Caracas o el desmesurado Eje Monumental de Brasilia, pasando por la Tchahr Bagh en Isphan, todas las grandes ciudades las han tenido memorables. El Ringstrasse de Viena, el Mall de Londres, la Unter Den Linden de Berlín, el Paseo del Prado de Madrid, las Ramblas en Barcelona, la avenida del Marqués de Pombal de Lisboa, la de Mayo en Buenos Aires o The Avenue of the Americas de Nueva York.
          Los Campos Elíseos, la más memorable, fue concebida por el Barón Georges-Eugène Haussmann, Prefecto del Sena durante el Segundo Imperio, dentro de su extenso plan de bulevares, edificios públicos y monumentos que sentó las bases del París actual, influenciado por el diseño de 1789 de Pierre Charles L’Enfant para la nueva capital de los Estados Unidos. Ambos inspirados en el magnifico Parque de Versalles, diseñado por André Le Notre para el Rey Sol, y por los planes de Sir Christopher Wren para Londres después del Gran Incendio de 1666. Este probablemente supo de las rectas y largas calles con que Sixto V unió las siete iglesias principales de Roma durante su corto papado de finales del XVI. Pero fue el Imperio Romano el que extendió por toda Europa, Asia y norte de África la idea de la avenida, derivada del Cardo (Eje del Mundo) y el Decumanus  (Eje del curso del Sol) que se cruzaban en ángulo recto en los campamentos de sus Legiones.
          El Archiduque Maximiliano de Habsburgo, cabe esperar que también entusiasmado por su ambiciosa esposa belga Carlota en los planes de Napoleón III para París, hizo trazar, a mediados del siglo pasado, el Paseo de la Reforma para unir el Castillo de Chapultepec, su residencia durante su cortísima y trágica aventura americana, con el centro de México, a través de la Alameda Central, el más antiguo parque de Hispanoamérica, producto de las reformas borbónicas. Imposible imaginar hoy esta enorme ciudad sin su largo y contundente paseo que la organiza y le da escala.
          Cali tendría también su Avenida de las Américas. Diseñada por el arquitecto austriaco Karl Brunner en 1947, antes de regresar a Europa luego de trabajar algunos años en Bogotá, fue construida poco después uniendo en línea recta la Estación con el centro de la ciudad como era usual. Pero su precaria reglamentación y la insensibilidad de muchos de los que han intervenido en ella han impedido que sus amplios pórticos obligatorios lo sean de verdad, continuando los andenes, a los que inexplicablemente se dotó de antejardines hoy invadidos por los carros. También fue una equivocación que se construyera un separador arborizado ocupando su espacio central, lo que impide, no solo los desfiles, sino la vista hacia sus extremos, uno de los cuales fue torpemente tapado por el puente sin gracia que se levantó en la década del 70 en su cruce con la Avenida Colombia, cuando pegó aquí la “puentemania” y se olvidó la herencia de Haussmann.
          Hace falta que un Alcalde, más preocupado por Cali que por sus carros, acometa la remodelación de la única calle que en esta ciudad de maltrechos espacios urbanos puede llegar a ser una verdadera avenida. Tendría que ser, eso si, un concurso público, ojala internacional, para evitar en lo posible el fracaso que se produce casi siempre cuando estos delicados diseños no son suficientemente discutidos por los entendidos y por los ciudadanos en general, como aconteció recientemente con la renovación de la Avenida Sexta en la que, a escondidas y a la carrera, se cedió a los cantos de sirena de la falsa originalidad.


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