El desfile del 20 de julio evidenció
una vez más la falta en Cali de una escenografía adecuada para estos rituales
urbanos. Los desfiles y las avenidas han acompañado siempre a las ciudades. Desde “la Calle Llamada
Recta” en Bukara, citada en La Biblia, o la Avenida Real de Tell el Amarna, o
la Calle Principal de Éfeso o la de Los Muertos de Teotihuacan, hasta la
Avenida Bolívar en Caracas o el desmesurado Eje Monumental de Brasilia, pasando
por la Tchahr Bagh en Isphan, todas las grandes ciudades las han tenido
memorables. El Ringstrasse de Viena, el Mall de Londres, la Unter Den Linden de
Berlín, el Paseo del Prado de Madrid, las Ramblas en Barcelona, la avenida del
Marqués de Pombal de Lisboa, la de Mayo en Buenos Aires o The Avenue of the
Americas de Nueva York.
Los
Campos Elíseos, la más memorable, fue concebida por el Barón Georges-Eugène
Haussmann, Prefecto del Sena durante el Segundo Imperio, dentro de su extenso
plan de bulevares, edificios públicos y monumentos que sentó las bases del
París actual, influenciado por el diseño de 1789 de Pierre Charles L’Enfant
para la nueva capital de los Estados Unidos. Ambos inspirados en el magnifico
Parque de Versalles, diseñado por André Le Notre para el Rey Sol, y por los
planes de Sir Christopher Wren para Londres después del Gran Incendio de 1666.
Este probablemente supo de las rectas y largas calles con que Sixto V unió las
siete iglesias principales de Roma durante su corto papado de finales del XVI.
Pero fue el Imperio Romano el que extendió por toda Europa, Asia y norte de
África la idea de la avenida, derivada del Cardo (Eje del Mundo) y el Decumanus (Eje del curso del Sol) que se cruzaban en
ángulo recto en los campamentos de sus Legiones.
El
Archiduque Maximiliano de Habsburgo, cabe esperar que también entusiasmado por
su ambiciosa esposa belga Carlota en los planes de Napoleón III para París,
hizo trazar, a mediados del siglo pasado, el Paseo de la Reforma para unir el
Castillo de Chapultepec, su residencia durante su cortísima y trágica aventura
americana, con el centro de México, a través de la Alameda Central, el más
antiguo parque de Hispanoamérica, producto de las reformas borbónicas.
Imposible imaginar hoy esta enorme ciudad sin su largo y contundente paseo que
la organiza y le da escala.
Cali
tendría también su Avenida de las Américas. Diseñada por el arquitecto
austriaco Karl Brunner en 1947, antes de regresar a Europa luego de trabajar
algunos años en Bogotá, fue construida poco después uniendo en línea recta la
Estación con el centro de la ciudad como era usual. Pero su precaria
reglamentación y la insensibilidad de muchos de los que han intervenido en ella
han impedido que sus amplios pórticos obligatorios lo sean de verdad,
continuando los andenes, a los que inexplicablemente se dotó de antejardines
hoy invadidos por los carros. También fue una equivocación que se construyera
un separador arborizado ocupando su espacio central, lo que impide, no solo los
desfiles, sino la vista hacia sus extremos, uno de los cuales fue torpemente
tapado por el puente sin gracia que se levantó en la década del 70 en su cruce
con la Avenida Colombia, cuando pegó aquí la “puentemania” y se olvidó la
herencia de Haussmann.
Hace
falta que un Alcalde, más preocupado por Cali que por sus carros, acometa la
remodelación de la única calle que en esta ciudad de maltrechos espacios
urbanos puede llegar a ser una verdadera avenida. Tendría que ser, eso si, un
concurso público, ojala internacional, para evitar en lo posible el fracaso que
se produce casi siempre cuando estos delicados diseños no son suficientemente
discutidos por los entendidos y por los ciudadanos en general, como aconteció
recientemente con la renovación de la Avenida Sexta en la que, a escondidas y a
la carrera, se cedió a los cantos de sirena de la falsa originalidad.
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