Primero fue el embeleco de pasar la
Alcaldía al edificio de la FES pasando por alto que la administración pasada lo
compro para centro cultural. Después, con un rápido chasquido de dedos, se
pretendió transformar la vieja bodega de la estación ídem en nada menos que una
cárcel de emergencia. Ahora, en todo un
acto digno de la mejor prestidigitación, nos dicen que se ha propuesto
convertir el recién restaurado (a medias) Palacio Nacional de Justicia, que es
como se llama, en la estación central del futuro metro. Solo falta que se
proponga trasladar a los vendedores de la calle al CAM. ¡Por favor!
Como
es difícil pensar que en la Administración Municipal nadie jamás haya estado en
una estación de metro, o en una cárcel o en una verdadera alcaldía, o que no
conozcan ni la FES, ni la bodega de los ferrocarriles ni el Palacio Nacional,
cabe preguntarse qué se esconde detrás de esta afición tan suya a jugar a esta
especie de perverso ajedrez urbano. Como también cabe preguntarse que hay
detrás de la sospechosa ingenuidad con que los periodistas locales le dan
semejante despliegue a semejantes sandeces que ni siquiera llegan a ser de
verdad chistosas.
Sobre
todo cuando la única jugada real, deseable y posible de este macondiano juego
poco científico y más vale burlón, fue la que propuso hace unos meses Carlos
Jiménez en su columna Zoom, en estas mismas paginas, y que consistía en
trasladar la Alcaldía -no la Administración Municipal, sino solamente la
Alcaldía- al Palacio Nacional. Así, el manejo de la cosa pública regresaría a
la que fue Plaza Mayor de la ciudad. Ni el Alcalde ni los periodistas le
pusieron las más mínimas bolas. Se entiende: se trataba de una propuesta seria,
viable y deseable, y, sobre todo, poco escandalosa.
A
principios del siglo XX la vieja Plaza Mayor de Cali, a la que previamente se
había cambiado de nombre, fue transformada en el Parque de Caicedo que hoy
conocemos, imitando de lejos en el tiempo y la distancia a los revolucionarios
franceses que, buscando un símbolo que remplazara a los de la monarquía y la
iglesia, recordaron el amor de Rousseau por la naturaleza e inventaron los
Árboles de la Libertad. Las estatuas de los reyes cayeron y en su lugar se
ordenó la siembra de árboles en el centro de las plazas, que representaran la
flora de cada región. 30 años después Nariño introdujo este rito republicano en
la antigua Plaza Mayor de Santa Fe con la siembra de un arrayán en donde había
estado el cadalso virreinal.
A
finales del XIX ya la generación republicana había impuesto la moda de
encerrar las plazas y convertirlas en pequeños jardines geométricos, con
estatuas de próceres y nostalgia de naturaleza. El Parque del Centenario en
Cartagena, el de San Nicolás en Barranquilla, el García Rovira en Bucaramanga,
el de Bolívar en Medellín, el de Chapinero en Bogotá son algunos ejemplos.
Finalmente, sin que ya nadie supiera de que se trataba, a lo largo de la
primera mitad de este siglo se sembraron árboles y palmeras en todas las plazas
colombianas pues solamente se seguía la moda de los nuevos parques de la
capital y las otras ciudades importantes. Se salvo la de la Villa de Leyva.
Regresar
la alcaldía al Parque de Caicedo, que sigue siendo la "plaza" central
y más importante de la ciudad, sería comenzar su verdadera recuperación como
tal y darle la mejor utilización al Palacio Nacional. Y por supuesto allí, no en
el Palacio, sino debajo la Plaza, deberá estar una estación del Metro, junto
con un gran parqueadero publico. Recuperar el esplendor y significado de las
plazas es importante pues son el espacio más simbólico de las ciudades. Y el
más democrático: la violencia que en este país comenzó en sus campos solo
terminara en sus plazas recuperadas. Los parques deben ser otros espacios.
¿Cuando entenderán los Alcaldes Populares que mejorar los espacios urbanos de
la ciudad - las plazas y los parques, las calles y las avenidas- es lo
verdaderamente importante? Proponer la metamorfosis de edificios que son parte
del patrimonio construido de la ciudad es simplemente una manera torpe de
destruirlos como tales. ¡Jaque Mate!
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