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Reelecciones. 18.11.1999


Decía Karl Popper que la democracia no sirve para elegir buenos gobernantes (tal vez ninguno lo sea, como insiste Antonio Caballero) sino para quitar sin violencia a los insoportablemente malos. De ahí la necesidad de dos partidos importantes a la vez: el que gobierna y el que aspira a gobernar y tiene que trabajarlo pues no tiene su turno asegurado. La no reelección de alcaldes, gobernadores y hasta presidentes no pasa en este país de ser un perverso e hipócrita acuerdo tácito de los politiqueros para robar por turnos. No hay que ganar el poder, vasta con esperar a que se acabe el periodo correspondiente de los otros. Así, la oposición no tiene consecuencias serias. Los candidatos hacen muchas acusaciones pero solo para diferenciarse de los funcionarios en el poder y los competidores futuros, a las que suman nuevas promesas (o las mismas) buscando ser elegidos por un electorado ingenuo que las cree nuevamente. Después le echan la culpa de sus fracasos a la falta de continuidad o a que heredaron todos los males y casi siempre tienen razón quedando habilitados para un próximo pero diferente cargo.
          La no reelección implica corrupción, incumplimiento e impunidad en el manejo de lo público siendo las ciudades las que más sufren. Ningún alcalde tiene tiempo para sacar adelante iniciativas importantes ni dura lo suficiente para tener que responder -con su no reelección- por su mal desempeño. En sus cortísimos periodos solo pueden improvisar y repartir contratos con propósitos puramente clientelistas liquidando el presupuesto que les tocó. Por ejemplo, y son solo casos elementales y cotidianos, se demuelen andenes, sardineles y separadores en buen estado para reemplazarlos por otros que ni siquiera se hacen mejor y que se dejan sin terminar. Calles recién pavimentadas se rompen para introducir canalizaciones una y otra vez sin programación alguna. Las señales de trafico se ponen de nuevo en muchos sitios sin retirar las anteriores que son iguales y están en buen estado. Se construyen puentes que no se pueden usar o no se usan, cuando no simplemente se caen. Se despilfarra dinero en remodelaciones que están incompletas desde el principio. Se hacen voluminosos y costosos estudios que nunca se aplican. Se burocratizan, clientelizan y posteriormente se quiebran las empresas municipales. Y, claro, están también los grandes negociados.
          Todo esto se denuncia siempre -y a veces hasta se castiga con cárcel- pero nunca se soluciona. Como si fuéramos masoquistas pasamos por alto que en todas partes son los alcaldes que duran muchos años los que han logrado mejorar sus ciudades. Tal es el caso de Pasqual Maragall que continuó las iniciativas de Narcís Serna para trasformar a Barcelona (de la mano del arquitecto Oriol Bohigas y con el pretexto de los Juegos Olímpicos) en una de las ciudades con mayor calidad de vida en el mundo; o Rudolph Giuliani que llevó la seguridad de Nueva York al primer lugar entre las grandes ciudades norteamericanas después de estar entre las últimas. Richard J. Daley estuvo en Chicago de 1955 al 76 cuando murió. Eduard Herriot en Lyon media vida hasta su muerte. Enrique Tierno Galván en Madrid o Lerner en Curitiba, en fin el mítico Fiorello La Guardia. Si hay algo que se le debe recriminar a Mockus fue el abandono de su ya de por si corta alcaldía, como hay que abonarle a Peñalosa haber continuado con su idea de que la ciudad es para los ciudadanos: andenes amplios, continuos y libres, transporte masivo, bibliotecas y parques y  seguridad, dignidad y belleza en los espacios urbanos.
          La "urbanización" (de urbanidad y no solo de urbe) de los nuevos habitantes de las ciudades y la recuperación de sus espacios públicos degradados, como es el caso de muchas en Colombia, y las grandes obras que demandan hoy, requieren muchos años, continuidad, voluntad y perseverancia. Hay que garantizar que las administraciones municipales perduren mientras no se hagan insoportablemente malas. Para mejorar nuestras ciudades hay que mejorar primero no solo sus alcaldes sino la continuidad de sus gestiones. Por supuesto al principio su reelección sería pura politiquería pero pronto ciudadanos y candidatos aprenderían que solo los mejores son reelegidos por más de un periodo y por que están haciendo algo bien.

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