Los historiadores se ocupan de lo que
pasó en ellas. Los sociólogos de lo que pasa. Los geógrafos urbanos de como se
usan y desarrollan. Los antropólogos del comportamiento en ellas de los
hombres. Los ingenieros diseñan su infraestructura y limitan sus ensanches. Los
terratenientes se lucran con su crecimiento. Los vendedores de propiedad raíz
inducen sus gustos con la complicidad mercenaria de los publicistas. Los
políticos viven en ellas y de ellas. Más de la mitad de los seis mil millones
de habitantes del mundo viven allí y gran parte de los demás dependen de ellas.
Pero ¿que hemos hecho los arquitectos por nuestras ciudades? Edificios malos,
las más de las veces. Poco nos ha preocupado que, en tanto que artefactos,
están constituidas por construcciones que conforman espacios urbanos,
principalmente públicos.
Las
revistas de arquitectura, la mayoría europeas, norteamericanas o japonesas, de
las que se toman los modelos de moda, solo muestran edificios sin contexto
urbano y rara vez ciudades. Ante la dificultad o falta de interés de muchos
arquitectos, profesores y estudiantes por viajar, se olvida que las ciudades
solo se pueden apreciar a cabalidad con su conocimiento directo, pues la
arquitectura no es una experiencia puramente visual. (Además de la luz, la
sombra, la penumbra, los colores y los tonos, su magia tiene con que ver el eco
y los murmullos y los aromas, el aire que pasa, la lluvia y el sol, que tan
bellamente reclamo el famoso arquitecto mejicano Luis Barragán.) En los foros,
que para bien y para mal tanto gustan a los estudiantes, se ven apenas las
últimas realizaciones de las estrellas internacionales y solo ocasionalmente se
hacen críticas y se muestran trabajos de investigación. Así, ¿como puede
preocuparles la coherencia estética de ciudades y edificios? Desde luego les
interesa a los arquitectos buenos, que los hay muchos hoy y que de vez en
cuando los dejan hacer obras excepcionales.
Pero
las ciudades están conformadas sobre todo por edificios comunes que antes
levantaban buenos constructores pero que hoy son encargados a recién graduados
que los diseñan casi siempre con un vano y frívolo afán de protagonismo como si
fueran únicos. Pichones de arquitecto que salen a montones de las escuelas sin
una formación ni un oficio serios y ni siquiera un vocabulario apropiado, pero
con licencia para diseñar no importa donde, edificios de cualquier tamaño y
uso. Escuelas improvisadas, sin bibliotecas ni computadores ni visitas a obras,
que proliferan en estos países (más de 30 en Colombia) pues son buenos
negocios. Casi todas dirigidas por decanos escogidos más por conveniencias
extra académicas que por su (inexistente) desempeño profesional y aisladas de
una profesión que muchos de sus mal pagados profesores no practican ni
actualizan. En la mayoría de sus cursos apenas se especula -sin historia ni
teoría ni critica- con formas de penúltima moda, sin usuarios, clientes, lotes
ni vecinos, ni presupuestos o sistemas constructivos, ni problemas sísmicos o ambientales.
Por
supuesto su reestructuración inquieta a los mejores profesores, que los hay y
muy buenos. Pero no ha sido suficiente pese a decanaturas ejemplares (no
obstante las críticas) como la de Carlos Morales en la Universidad de los
Andes, una de las pocas escuelas (no pasan de siete) que merecen tal nombre en
el país. Mientras tanto sus ciudades son cada vez mas inhóspitas y feas pues
ahora hasta sus edificios excepcionales los diseñan simples estilistas (que no
arquitectos) al servicio de promotores ignorantes o codiciosos o caprichosos.
Para desgracia de las ciudades actuales la correcta construcción ya no es el
rasero de una buena arquitectura común pues el desarrollo tecnológico actual
permite construir cualquier despropósito, con la complicidad de ingenieros sin
ética ni estética. Se hace imperativo reinventar esta arquitectura de todos los
días y saber substraerla de la arquitectura de los monumentos, cuando la ciudad
lo "indique", mediante actitudes éticas y verdaderamente profesionales
que lleven a una nueva estética urbana y por tanto a un mejor bienestar
ciudadano.
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