Se trata esta vez de un colegio de
bachillerato mixto del norte del Valle, en el plan pero donde el acento ya es
un poco paisa. La pequeña población es inesperadamente blanca, silenciosa,
limpia, tranquila y segura. Las bicicletas se dejan en la calle y las puertas
permanecen abiertas. El único preso se trasteo él mismo a la cárcel mas ocupada
de una población vecina, y en los últimos siete años solo un asesinato casi que
pasional, que no lo son del todo. La funeraria se tiene que ayudar vendiendo
deliciosos pandebonos. Además es bonita: su rigurosa traza de amplias y rectas
calles bien pavimentadas y con amplios aleros, que rematan todas en empinadas y
cercanas lomas o en paramentos que la confinan, ha sido escasamente alterada
solo por unos pocos ejemplos recordatorios de un narcotráfico que no sólo le ha
dejado al país violencia y corrupción sino también mal gusto.
Como
si no fueran suficientes los emblemáticos desatinos del Estado Colombiano -que
con las sedes de Telecom, la Caja Agraria y los puestos de policía ha
estropeado sistemáticamente la belleza sencilla de los pueblos del país, hasta
el punto de que su "presencia" es casi tan nefasta como su ausencia- hace
unas décadas el Departamento del Valle construyó el colegio mas horrible,
incomodo e inseguro que imaginar se pueda, con el agravante de que los
temblores lo dañan pero no lo tumban. Difícilmente se puede enseñar y aprender
algo allí. Pobres muchachas y muchachos sometidos en su época más bella a tanta
fealdad a tanto ruido a tanto desperdicio a tanto despropósito todos los días.
Pobres profesores que ya no deben ni ver y no solo por la carcoma que desde
quien sabe cuando les cae encima sino y sobre todo por la fealdad que los
cerca. Laberinto sin gracia, no tiene espacios libres sino huecos sobrantes. Es
indignante: en este tugurio tugurizado las mejoras son "peoras".
Dicen
que lo construyeron al revés. Lo cierto es que fue realizado con la complicidad
de esos ingenieros mal pagados, que se limitan irresponsablemente a calcular lo
que no se debería construir, por contratistas avivatos y serrucheros sin alma
ni gusto pero dispuestos a pagar peaje. Su arquitectura de arquitecto vendido
(con título o sin el) es la vulgarización torpemente formalista y empobrecedora
a ultranza de la arquitectura moderna. Es el kitsch, el mal gusto y el despropósito
que pasa por innovación. Allí el mal gusto golpea insoportablemente. Dan ganas
de salir corriendo: la estupidez puede ser contagiosa. Es esa falsa creatividad
que se estimula en la mayoría de las más de 30 escuelas de arquitectura que
pululan en el país ante la indiferencia de las pocas buenas que no se dan
cuenta de la enorme responsabilidad que tienen por eso mismo de ser no solo
excelentes sino también críticas.
¿Que
pensaba el Secretario de Educación que autorizó ese espantoso despropósito y el
Gobernador de turno que a lo mejor ni siquiera se enteró? ¿Y el Alcalde? ¿Y los
concejales? ¿Y la gente? Junto con la economía y la justicia informales, ha
habido en el país terreno fértil para el gusto informal: el mal gusto por
definición. Si hay algo que distinga a Colombia es, junto con la violencia, su
mal gusto endémico: el mal gusto es el gusto oficial. Como una plaga bíblica
campea por campos y ciudades. Hasta hace poco nuestro entorno y nuestras
ciudades y edificios eran bellos como insisten en demostrarlo, además de los
paisajes que se han salvado, Cartagena, Mompox, Santafé de Antioquia, Popayán,
Girón, Barichara, Salamina y Villa de Leyva (pese a su “Guatavitismo”). San
Felipe, el Capitolio, la maravillosa Torre Mudéjar. O, ya en el siglo XX, la
Aduana de Barranquilla, el Club Cartagena, el Palacio Municipal de
Medellín y El Palacio Nacional de Cali
entre otros. Inclusive no poca arquitectura moderna y reciente. Vale, pues,
entre nosotros, la afirmación que Ortega y Gasset hiciera en Europa hace 60
años justo a las puertas del fascismo: "Lo característico del momento es
que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho
de la vulgaridad y lo impone donde quiera”.
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