Casi todo lo bello que hay en el mundo está al alcance de casi todos, ya sean unas cosas u otras y para unos más que para otros, principiando por los paisajes naturales, los campos y las ciudades, en las que en casi todas hay calles, plazas, parques, construcciones y monumentos bellos. Y en las pequeñas ciudades y pueblos de antes muchas de sus casas tenían patios, corredores, solares, huertos, vergeles y bellas techumbres, independientemente de si eran de ricos o de pobres, y en los campos se podían, y aún se puede, disfrutar sus paisajes, tanto si se trata de hacendados o de vaqueros y peones, antes, o sus trabajadores actuales y esporádicamente sus propietarios, o viajeros que pasan.
Por lo contrario, a pesar de que todos los grandes arquitectos modernos y muchos de sus mejores seguidores reinterpretaron esos elementos de la arquitectura tradicional de cada lugar, la vulgarización de la arquitectura moderna por todo el mundo y el acelerado poblamiento de las ciudades, las llenó de casas repetidas a sus afueras, una junto a otra, y de altos edificios en sus zonas centrales que se tapan unos a otros y junto a los paisajes circundantes, la mayoría a base de sosos apartamentos que por muy grandes y costosos que sean no generan emociones ya que carecen de patios, balcones o terrazas, y que solo buscan estar a la moda, lo que solo emociona a los solo snobs.
Pero lo que generalmente muchos ignoran es que justamente lo qué no está al alcance de todos, pobres y ricos, es la sensibilidad educada y los conocimientos adquiridos necesarios para percibir, apreciar y valorar las diferentes emociones que produce lo bello, independientemente de su costo si es que lo tiene. La sensibilidad primero que todo tiene que ver con los sentidos, pero así como no hay más sordo que el que no quiere oír, no hay más ciego que el que no sabe ver, ni más insensible que el que no sabe tocar, o cómo hacerlo con los ojos; o que no sabe disfrutar de la mejor comida, que es la que se huele y saborea con conocimiento, charla al medio, igual que la bebida o el buen tabaco.
Y aunque si bien la sensibilidad no se puede enseñar sí se la puede estimular, junto con los conocimientos necesarios para poder apreciar lo bello que se tiene enfrente, y que de todas maneras nos afecta consciente o inconscientemente. Antes la belleza se transmitía de generación en generación consolidando una cultura en la que el gusto era algo objetivo. Pero debido a la globalización y la sobrepoblación desde mediados del Siglo XX, ahora en las ciudades es preciso educar a la gente al respecto, pues el gusto se volvió subjetivo generando muchos disgustos, como esa música de afuera cuyo volumen vuelve un molesto ruido mientras otros la disfrutan sintiéndola más que oyéndola.
Se trataría, entonces, de una educación holística y cívica que incluya simultáneamente ciencias y artes, geografías e historias, individuos y sociedades, oficios y técnicas; la que sería el verdadero costo de lo bello, tanto para pobres como para ricos. Todo un decidido cambio en la educación, lo que es indispensable para poder vivir sabroso, como lo propone Francia Márquez, la vicepresidente de Colombia, y que ojalá Alejandro Gaviria, el ministro de Educación, lo tenga en cuenta en su esperada propuesta; y que entonces más personas puedan disfrutar más de las bellezas del mundo, aunque más unas que educació, y unos unas cosas y otros otras; y paremos su destrucción.
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