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Cali: ciudad digna. 08.02.2001


Este fue el lema -y el propósito- que escogimos los participantes de la mesa sobre planeación urbana del proyecto Fénix 2, importante iniciativa de la Cámara de Comercio para repensar la ciudad y el departamento. Reconocimos que Cali no es ciudad en la medida en que no es digna. Solo así tendrá fuerza nuestro empeño en que se revise el POT pues no considera un sistema integral de transporte (metro y buses, taxis y carros, masivo e individual, público y privado, motorizado y peatonal) ni la relocalización de la vivienda de interés social para fortalecer la centralidad de la ciudad. Se propuso tambien la priorización de proyectos sencillos y viables, que sean detonantes de una mejora de la calidad de vida aquí, y la necesidad de rescindir los tramposos contratos de amoblamiento urbano y parquímetros. Además, la mesa decidió revivir el Grupo Ciudad, que ahora deberá ser una agrupación amplia de presión que articule todas las entidades y personas interesadas en una ciudad en donde la vida en ella comience por ser digna.
          Para los Panamericanos del 71 se arrasó no solo con lo que dejó la demolición de las casonas de tradición colonial, que dieron paso a los edificios moderno-historicistas que en la primera mitad del siglo XX escenificaron la nueva capital del Departamento, sino también con buena parte de estos. Error que se repitió últimamente, reemplazando parte de su valioso patrimonio arquitectónico moderno por mediocres edificios pseudo posmodernos con los que el narcotráfico llenó la ciudad. Esta destrucción, explicable por la codicia, la corrupción y la ignorancia, es muy acentuada en Cali. Pero no solo es desperdiciar lo que existe, sino que provoca un trauma social. Desaparecer tradiciones y lugares que unen culturalmente diferentes generaciones y procedencias, es contribuir a ese desarraigo que tienen con su demasiado nueva y poblada ciudad; llena, además, de obras improvisadas que no consideran normas ni estándares ni el sentido común, debidas a la negligencia y la corrupción. Poco importa que la falta de identidad con la ciudad y la mala calidad de su espacio público contribuyan a que los homicidios debidos a la violencia intrafamiliar y callejera sean más que los de la guerra que dura ya medio siglo. La violencia nos hace olvidar que una ciudad sin dignidad también contribuye a ella. Se ha llegado al extremo de privatizar el espacio público, el cielo, el paisaje y las vistas, negándonos el derecho a lo bello. Para rematar, los carros -no el transporte- han sustituido a los peatones en las simpatías de la gente y la preocupación de las autoridades. Pero manejar en Cali es agotador, estresante, ineficiente y peligroso; y caminar no es fácil, seguro ni agradable. Y todo a espaldas de las autoridades y en las narices de todos, y con unos medios complacientes que contribuyen a que la mayoría solo tenga como referencias las mentiras bondadosas que dicen sobre su ciudad.
          El modelo de urbe moderna, con sus "torres" entre medianeras, zonas verdes residuales, falsas autopistas, zonificación exagerada que no se respeta y viviendas segregadas por niveles de ingreso, fracasó rotundamente. Cali debe reconstruir sus calles que la estructuran y dan forma, sentido y significado. Principiando por el centro, al que confluimos todos y sigue siendo su parte más alegre, divertida, animada, concurrida y bonita, aun lo sea deficientemente y a pedazos. Hay que darle una nueva imagen y esto es un reto, pero no desconocido ni imposible. Hay muchas iniciativas para que la vida aquí sea más grata y digna, que requieren sencillos estudios y poca inversión, como devolverle las calles a la gente. Pero no se realizan por que las autoridades ni los ciudadanos son conscientes de su importancia, como no lo son de lo que sucedería a sus dos millones de habitantes con un terremoto como el reciente de la zona cafetera.
          Cali, ciudad, si su desarrollo es seguro, sostenible y ecoeficiente. Cali, digna, si se construye pensando en la mejor calidad de vida de la gente. Pero ignoramos lo que es una ciudad grata, encuevados en lo que consideramos (de boca para fuera) un buen vividero; o pensando, como personas aun colonizadas, que eso solo es posible en el extranjero, al que se dice detestar pero al que muchos quieren irse renunciado a transformar su propia realidad.



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