Este fue el lema -y el propósito- que
escogimos los participantes de la mesa sobre planeación urbana del proyecto
Fénix 2, importante iniciativa de la Cámara de Comercio para repensar la ciudad
y el departamento. Reconocimos que Cali no es ciudad en la medida en que no es
digna. Solo así tendrá fuerza nuestro empeño en que se revise el POT pues no
considera un sistema integral de transporte (metro y buses, taxis y carros,
masivo e individual, público y privado, motorizado y peatonal) ni la
relocalización de la vivienda de interés social para fortalecer la centralidad
de la ciudad. Se propuso tambien la priorización de proyectos sencillos y
viables, que sean detonantes de una mejora de la calidad de vida aquí, y la
necesidad de rescindir los tramposos contratos de amoblamiento urbano y
parquímetros. Además, la mesa decidió revivir el Grupo Ciudad, que ahora deberá
ser una agrupación amplia de presión que articule todas las entidades y personas
interesadas en una ciudad en donde la vida en ella comience por ser digna.
Para
los Panamericanos del 71 se arrasó no solo con lo que dejó la demolición de las
casonas de tradición colonial, que dieron paso a los edificios
moderno-historicistas que en la primera mitad del siglo XX escenificaron la
nueva capital del Departamento, sino también con buena parte de estos. Error
que se repitió últimamente, reemplazando parte de su valioso patrimonio
arquitectónico moderno por mediocres edificios pseudo posmodernos con los que
el narcotráfico llenó la ciudad. Esta destrucción, explicable por la codicia,
la corrupción y la ignorancia, es muy acentuada en Cali. Pero no solo es
desperdiciar lo que existe, sino que provoca un trauma social. Desaparecer
tradiciones y lugares que unen culturalmente diferentes generaciones y
procedencias, es contribuir a ese desarraigo que tienen con su demasiado nueva
y poblada ciudad; llena, además, de obras improvisadas que no consideran normas
ni estándares ni el sentido común, debidas a la negligencia y la corrupción.
Poco importa que la falta de identidad con la ciudad y la mala calidad de su
espacio público contribuyan a que los homicidios debidos a la violencia
intrafamiliar y callejera sean más que los de la guerra que dura ya medio
siglo. La violencia nos hace olvidar que una ciudad sin dignidad también
contribuye a ella. Se ha llegado al extremo de privatizar el espacio público,
el cielo, el paisaje y las vistas, negándonos el derecho a lo bello. Para
rematar, los carros -no el transporte- han sustituido a los peatones en las
simpatías de la gente y la preocupación de las autoridades. Pero manejar en
Cali es agotador, estresante, ineficiente y peligroso; y caminar no es fácil,
seguro ni agradable. Y todo a espaldas de las autoridades y en las narices de
todos, y con unos medios complacientes que contribuyen a que la mayoría solo
tenga como referencias las mentiras bondadosas que dicen sobre su ciudad.
El
modelo de urbe moderna, con sus "torres" entre medianeras, zonas verdes
residuales, falsas autopistas, zonificación exagerada que no se respeta y
viviendas segregadas por niveles de ingreso, fracasó rotundamente. Cali debe
reconstruir sus calles que la estructuran y dan forma, sentido y significado.
Principiando por el centro, al que confluimos todos y sigue siendo su parte más
alegre, divertida, animada, concurrida y bonita, aun lo sea deficientemente y a
pedazos. Hay que darle una nueva imagen y esto es un reto, pero no desconocido
ni imposible. Hay muchas iniciativas para que la vida aquí sea más grata y
digna, que requieren sencillos estudios y poca inversión, como devolverle las
calles a la gente. Pero no se realizan por que las autoridades ni los
ciudadanos son conscientes de su importancia, como no lo son de lo que sucedería
a sus dos millones de habitantes con un terremoto como el reciente de la zona
cafetera.
Cali,
ciudad, si su desarrollo es seguro, sostenible y ecoeficiente. Cali, digna, si
se construye pensando en la mejor calidad de vida de la gente. Pero ignoramos
lo que es una ciudad grata, encuevados en lo que consideramos (de boca para
fuera) un buen vividero; o pensando, como personas aun colonizadas, que eso
solo es posible en el extranjero, al que se dice detestar pero al que muchos
quieren irse renunciado a transformar su propia realidad.
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