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La ciudad: gente y artefacto. 22.02.2001


Cerca de la mitad de los homicidios del país no son por cuenta de la guerra. Hoy la violencia es mayor en las ciudades (casi el 80 % de los colombianos vivimos en ellas) y se debe a problemas intrafamiliares, delincuencia común, justicia privada y magnicidios o a la simple eliminación del que piensa diferente. Pero también a una "zoociedad" que sube los carros a los andenes obligando a la gente a caminar por las calzadas y que se pasa los semáforos en rojo ante la indiferencia de las autoridades que también lo hacen. Al final de 2000 los accidentes de transito al parecer sumaban en Colombia cerca de 7600 muertos al año mientras el conflicto armado "apenas" 3.500 (Semana Nº 953, agosto de 2000). Cali tiene el doble de homicidios que Bogotá (A. Beccassinio: Peñalosa y una ciudad... ) y la mayor cantidad de accidentes de motos del país.
          Para salir o llegar a muchos sitios en esta ciudad es ineludible hacerlo en contravía si se desea circular con cierta eficiencia. Lo hace todo el mundo... principiando por las mismísimas autoridades municipales. Bicicletas y motos y muchos automóviles circulan en sentido contrario sin ningún reparo. Incluso lo hace la policía de noche y sin luces. La falta de seriedad y sentido común y lo antitécnico de las normas de transito lleva a violarlas. Pero no solo la circulación es un caos: caminar se a vuelto aquí desagradable y peligroso y a veces imposible. Los peatones no cuentan en esta ciudad pese a que son la gran mayoría.
          A toda esta violencia hay que sumar la contaminación del aire, la mayoría producida por los carros, que ya en 1984 sobrepasaba los niveles autorizados por el Ministerio de Salud y que ahora simplemente no se mide. Como tampoco se ha terminado la microzonificación sísmica ni tomado medida alguna para que en el próximo temblor fuerte Terrón colorado no termine aplastando la Portada al Mar y sus alrededores. El verbo prever no se usa en la Administración Municipal; y se entiende: lo que habría que prever es abrumador.
          A la contaminación visual, el ruido, la mugre, la intolerancia y el irrespeto de los derechos de los otros, otras formas de violencia, hay que agregar en Cali la falta de espacios urbanos adecuados y de ciudadanos de verdad. Somos una población de origen campesino a la que no se le ha enseñado a habitar en este conglomerado enorme, que no ciudad, pues la trivialización de la arquitectura y el urbanismo modernos destruyó en este país gran parte de las ciudades tradicionales pretendiendo una imagen moderna antes de ser urbanos de verdad.
          Seguimos ignorando que las ciudades están constituidas por construcciones que conforman espacios públicos; que la arquitectura y la ciudad deben ser, además de construibles y habitables, artísticas, es decir, significativas, emocionantes y evocadoras. No vemos que la destrucción del patrimonio urbano y arquitectónico no solo es explicable por la codicia y la corrupción sino principalmente por la ignorancia. No somos sensibles a lo urbano, ignoramos la importancia de ese patrimonio construido y no tenemos conciencia de su valor económico y cultural. En Cali los ricos vendieron sus casas estupendas para cambiarlas por mezquinos apartamentos que ni siquiera parecen de aquí. Cada propietario se siente dueño absoluto de su casa o su apartamento, y hace con su fachada, su anden y su antejardín lo que le viene en gana, desconociendo que de puertas para afuera la ciudad es también de los demás.
          A buena hora Bogotá demostró que esta situación es posible cambiarla, y sorprendentemente rápido. Vale la pena hacerlo: la paz está en mejorar las ciudades e intercomunicarlas, educar a los ciudadanos y pagarles bien. En Cali hace falta una idea clara y culta de lo que es una ciudad, y entender que el artefacto es tan importante como la situación social, económica y política de sus habitantes y que influye decisivamente en ellas. Falta un Alcalde que sepa que polis  alude a la ciudad material tanto como a la convivencia creativa y democrática de sus ciudadanos; que no se deje tramar con embelecos como el de la capital de la cultura o como se llame, cuando los peatones tienen que correr para poder pasar las calles.


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