Son pocas las políticas explícitas del
Estado colombiano respecto a su población y poblamiento. El que en la última
mitad del siglo el país pasara de una pequeñísima población, fundamentalmente
rural y esparcida en un extenso territorio, a un numero considerable de
habitantes, la mayoría en unas pocas grandes ciudades, solo ha sido considerado
en sus consecuencias inmediatas: contaminación, inseguridad, carencia de
transporte masivo, deficiencia en los servicios públicos, falta de educación,
invasión del espacio público, destrucción del patrimonio, pobres condiciones de
habitabilidad y convivencia ciudadana, inflación y desempleo. Parece que los
políticos no se han percatado de que cada vez es más urbano pero cada vez con
menos urbanidad, incluso comparado con países vecinos. El problema se agudiza
si se considera que la subversión que pretende transformarlo, que se inició
como una autodefensa campesina, cincuenta años después a vuelto el secuestro y
la extorsión su forma de vida y poco interés tiene en enterarse de que el mundo
ha cambiado mucho y muy rápido. No se dan cuenta de que 25 de los 40 millones
de colombianos (más de mil por cada guerrillero) viven, mal que bien, solo
porque viven en ciudades. ¿Que piensan las Farc de los problemas propios y
concretos de las ciudades? ¿Es que creen que pueden existir sin ellas?
Sus
propuestas para el país, con la mayoría de las cuales es fácil estar de
acuerdo, se equivocan de entrada cuando pretenden cambiar su modelo económico
por uno que no solamente colapsó con el estruendoso derrumbe de la Unión
Soviética y el silencioso pero no menos rápido viraje de China hacia la
economía de mercado, sino que no podría dar cuenta de la transformación de las
grandes ciudades -y sus habitantes- las que solo pueden llegar a ser
estimulantes y dignas con la democracia (que hay que desarrollar) y el
capitalismo (que hay que controlar). Pues se trata de lograr verdaderas
ciudades en las que la vida sea libre, creativa y placentera, cada cual a su
manera, a condición de que se respete el "culto" de cada uno -y por
lo tanto el de los otros- como observó Fustel de Coulanges (La ciudad antigua ) en el siglo pasado
con respecto a la principal condición que permitió la aparición de las
ciudades, hoy resurgiendo en el mundo entero. Su crecimiento actual desafía
todos los intentos de limitarlo y es considerado por muchos económicamente
saludable y culturalmente benéfico para los países desarrollados y en
desarrollo. Tal parece que en el próximo siglo la unidad más relevante de
producción económica, organización social y generación de conocimientos y
cultura será la ciudad. ¿Que piensan las Farc de las ciudades? No se sabe, pero
lo cierto es que han estado ausentes de ellas siempre.
Irremediablemente
todo esto lleva a recordar a los khmer rouge que trataron de resolver el
milenario antagonismo entre el campo y las ciudades en Camboya mediante la
supresión de estas últimas, como lo recuerda Jean-Louis Margolin en El libro negro del comunismo, obligando a más de la mitad de los tres
millones de habitantes de Phnom Penh, y los de otras poblaciones menores, a
dejarlas en 24 horas. Para que no quedara duda de su odio por la cultura de las
ciudades Pol Pot hizo desmantelar su catedral y abandonó a la selva los
antiguos y maravillosos templos de Angkor. Más de dos millones de muertos entre
1970 y 79 tratando inútilmente de volver a la fuerza puramente campesino este
pequeño país (con ocho millones de habitantes en ese momento) para lograr esa
aberrante utopía fundamentalista de volvernos a todos igualmente
"felices" contra nuestra voluntad mediante la brutalidad, las purgas
y el asesinato como métodos de gobierno. Olvidan las Farc que las ciudades
colombianas crecieron mucho en la segunda mitad de este siglo con inmigrantes
desplazados del campo por la violencia, o que buscaban mejores condiciones de
vida y ese "aire de la ciudad" que como se sabia ya en la Edad Media
"hace que la gente sea libre". Y que muchos ciudadanos lo que quieren
es reformar el Estado en la medida en que implique mejorar sus ciudades en las
que sus hijos (los que no emigren al exterior) vivirán.
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