A la memoria de Augusto Díaz
Hace no mucho una cadena nacional de radio insistió algún
tiempo en convencer a la gente de que no criticara: que fuera positiva. De
hecho son muchos los colombianos que critican el que se critique. Y, si se
trata de arte o arquitectura, viven cómodos en esa gran mentira que miente que
entre gustos no hay disgustos. Por supuesto la cosa es más compleja y tiene
graves consecuencias: basta con mirar bien la ciudad que nos tocó vivir.
El arte (o la arquitectura) no precisa de especialistas
para ser entendido pero, como dice Milan Kundera, se requiere conocimiento y
competencia supremas para captar lo que aporta de nuevo e insustituible.
Kundera ve al crítico como un descubridor de descubrimientos y afirma que el
pensamiento crítico es esencialmente no metódico. Considerando que el
descubrimiento que contiene una obra de arte es inesperado e imprevisible por
definición y que no es posible un método generalizable para captarlo, el
crítico, agrega, solo puede plantear su pensamiento personal; y no sólo se
puede equivocar sino que su juicio no es verificable. No obstante, cree
Kundera, que por errónea que sea la critica, si se basa en una competencia
auténtica dará pie a otras reflexiones contribuyendo a crear un
"trasfondo meditativo" imprescindible para el arte. Al arte no le
basta solamente el contacto con el público, concluye Kundera, pues solo se
vuelve Historia cuando sus descubrimientos y sus innovaciones son señalados por
la critica.
Toda actividad mental genera conocimientos distintos
(científicos, místicos, artísticos); si el arte no produjera conocimientos
sería un juego inútil, como dice Lionello Venturi. Pero pese a que esta idea no
es nueva no ha sido usual asumirlo como un conocimiento alternativo a la
ciencia, como lo ha anotado Christian Norberg-Schulz. Y, menos aun, tratar de
estudiarlo y conocerlo; sobre todo aquí. Muchos colombianos, sumidos en la
magia, la religión y las ideologías, mas fanáticos que reflexivos, confunden el
arte con el gusto. Por eso critican el que se critique y al que critica, pero
evaden el contenido de la critica: no la critican. Parecen ignorar que desde
Socrates la Civilización Occidental se ha construido practicando arduamente la
critica.
Karl
Popper afirma que no puede haber historia sin un punto de vista: de igual forma
que en las ciencias naturales, la historia tiene que ser selectiva si no quiere
ahogarse en un mar de datos pobres y mal relacionados. Y recomienda escribir
solo aquella historia que nos interese. Hasta hace poco no solo no se escribía
en el país la historia que debía interesarnos, y la que se hacia estaba repleta
de datos pobres y mal relacionados, sino que la historia de sus ciudades, sus
arquitecturas y sus artes apenas comienza a reunir datos y aventurar
relaciones. Sin una perspectiva histórica difícilmente se puede construir una
teoría de la arquitectura (y la ciudad) que dure, y toda arquitectura que
carezca de una teoría corre el riesgo de repetirse o volverse arbitraria, como
advierte Hanno-Walter Kruft y vemos todos los días.
Solo
la critica, basada en una auténtica competencia, podrá inducir reflexiones que
contribuyan a relacionar y enriquecer los datos existentes para crear esa
perspectiva histórica. De ahí su importancia para transformar nuestras
ciudades; y de que se las critique con competencia. Pero sobre todo, es
importante convencer a la gente de que critique las criticas en lugar de
equivocadamente rechazarlas; o, lo que es peor, y perverso, ignóralas. Ya se ha
dicho: silenciar a una persona es como asesinarla, cosas, ambas, es horroroso,
cotidianas en Colombia. Hay que cambiar la violencia por la critica. Que mueran
las ideas en lugar de nosotros, como pedía Popper. Pero pocos medios aquí están
comprometidos con la critica; la mayoría la confunden con la simple opinión
cuando no con el puro chisme. Además están demasiado ocupados con el
terrorismo, el secuestro y los asesinatos, que muestran sin criticar; o
frivolizando aún más los reinados, la mediocre farándula, o abusando del fútbol
o las carreras de carros, o bobeando con la astrología, o haciendo eco al
engaño del milenio, para que creamos que son positivos.
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