En la Credencial Historia Nº 114 (junio del 99) se establecen desde la
capital (como casi todo) los 10 más importantes edificios del siglo en
Colombia: la Ciudad Universitaria (1937) del alemán Leopoldo Rother, Ecopetrol
(1954) de Gabriel Serrano, las Torres del Parque (1965) de Rogelio Salmona y la
capilla del Gimnasio Moderno (1954) de Juvenal Moya, en Bogotá; la Casa de
Huéspedes Ilustres (1978) de Salmona y el Club Cartagena (1918) de Gaston
Lelarge, en esta ciudad; el Palacio Municipal (1927) de Martín Rodríguez y el
Teatro Metropolitano (1986) de Oscar Mesa, en Medellín; la Urbanización El
Prado (1920-30) de Karl Parrish, en Barranquilla; y la plaza de mercado de
Girardot (1946) de Rother. Se mencionan además muchos arquitectos extranjeros,
bastantes bogotanos y solo unos cuantos de Medellín.
Pasaron
por alto obras de indiscutible importancia en la arquitectura moderna en
Colombia como los Laboratorios Squibb en Cali (1956) de Arango & Murtra, o
la Facultad de Agronomía de la Nacional (1946) en Palmira, precisamente de
Rother. Ignoraron el edificio de oficinas de Cartón Colombia (c.1950) en Yumbo
del famosísimo alemán Walter Gropius y la Plaza de Mercado de Santa Elena
(1962) del célebre ingeniero español Félix Candela. Olvidaron que Moya también
diseño la Normal Regular de Señoritas (1946), que Félix Mier y Terán,
arquitecto mejicano, con Álvaro Calero Tejada y Gerardo Posada, diseño el Hotel
y Teatro Aristi (1946) y que el Edificio Venezolano (1957) es del más importante
arquitecto moderno de ese país, Carlos Raúl Villanueva. No sirvió el
desaparecido y precursor Pabellón de las Carnes (1936) de Guillermo Garrido
Tovar, ni tampoco la Estación (1949) de Hernando González Varona y Garrido
Tovar, expresión de la importancia del Ferrocarril del Pacífico en el
desarrollo de la ciudad. Ni la Iglesia de Fátima (1949) de José de Recasens,
Manuel de Bengoechea y Garrido Tovar. Ni el Club Campestre (1954) el más bello
en Colombia (antes de las desafortunadas intervenciones posteriores) de Alfredo
Zamorano, Fernando Borrero, Renato Giovanelli, Jaime Saénz e Ivan Escobar
Melguizo. Ni la Plaza de Toros (1957) de Camacho & Guerrero; ni la Escuela
de Enfermería (1962) de Germán Cobo. Ni el muy actual BCH (1967) de Samuel García
y Pablo Marulanda. Ni el edificio López (1958) de SOT. Ni el Banco Cafetero
(1959) de Borrero, Zamorano & Giovanelli o cualquier otro de sus estupendos
edificios o residencias. Ni la Terminal de Transportes (1970) de Francisco
Zornosa y Pablo Marulanda o el Gimnasio del Pueblo (1970) de Enrique Richarson.
Ni el acertado Parque Panamericano (1971) de Lago & Sáenz. O la misma
Universidad del Valle que reunió algunos de los mejores arquitectos colombianos
del momento. Nada del proyecto único de los finlandeses Alvar Aalto -nada
menos- y Reino Lammin-Zoila a orillas del río Cali (1971) o la Estación de
Buenaventura (1930) del italiano Vicente Nasi, primer proyecto moderno en el
país. Ni del Palacio Nacional (1926) o la Compañía Colombiana de Tabaco (1934)
del belga Joseph Maertens; la Escuela de Bellas Artes (1936) de Gabriel Villa
Hausler; la de Artes y Oficios (1933) del ingeniero español José Sacasas Munné
con el ingeniero caleño Francisco Sarasti; el Hospital Universitario
(1940-1956) del ingeniero Vicente Caldas con Hernando Vargas Rubiano; el
Colegio de Santa Librada (1938-1941) de Arnoldo Michaelsen y Julio Fajardo
Herrera; o la Normal Departamental de Varones (c 1950) de Marino Ramírez. Nada
de la obra moderna, de las mejores del país, realizada aquí en los 50 y 60 por
Alfonso Caycedo Herrera, Jaime Tejada, Otto Valderruten, Eduardo De Irrisarri,
Jaime Errasuriz o Armando Varela además de los ya mencionados. O, más
recientemente, la FES de Salmona con Pedro Mejia, Jaime Vélez y Raúl H. Ortiz,
el Icetex de Rodrigo Tascón y Jaime Gutiérrez o el edificio de Santa Rosa de
Oscar Mendoza. Ni una palabra sobre Heladio Muñoz, tan importante y tan
olvidado, ni de los concursos recientes para Bogotá (claro), varios premiados,
exhibidos en la SCA y que conocen los autores (bogotanos) de la Credencial,
pues fueron jurados en ellos. Como si nada ni nadie en arquitectura existiera
en el Valle.
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