La semana antepasada finalizó la
undécima Bienal de Arquitectura de Quito bajo la presidencia nuevamente del
arquitecto Luis Oleas Castillo, su creador hace veinte años. Con la
coordinación de la arquitecta Aura Esther Arrellano, no pocos profesionales del
Colegio de Arquitectos del Ecuador, Provincial de Pichincha, hicieron posibles
cerca de treinta conferencias de arquitectos de toda América, buena parte de
Europa, y Corea, seis concursos, la gran muestra panamericana de arquitectura
(más de 140 proyectos) y muchas otras exposiciones adicionales, amen de dos
visitas guiadas por la ciudad y tres cálidas fiestas, una de ellas,
significativamente, en el maravilloso claustro de La Merced. Aparte de la
presencia de estrellas internacionales, como Mario Botta, en la que primo el
culto a la personalidad, fue posible tratar y ver el trabajo de magníficos
arquitectos latinoamericanos, prácticamente desconocidos fuera de sus países,
como Jesús Tenreiro de Venezuela y Joao Filgueiras Lima (Lelé) del Brasil. Al
igual que en años anteriores, una de las más importantes participaciones fue la
de Colombia. Además de la Presidenta y la coordinadora de concursos de la SCA,
estuvieron tres Jurados y conferencistas, cerca de diez visitantes y más de 50
participantes entre proyectos arquitectónicos y urbanos, libros y revistas. En
todas las categorías obtuvieron premios o menciones.
El
tema de la Bienal, "arquitectura y ciudad", es de suma importancia,
pues la colisión entre la ciudad tradicional y la arquitectura moderna ha sido
fatal en estos países, con su "modernidad" ingenua y fantasiosa más
deseada como imagen que como cambio real. Por supuesto hay excepciones, y una
de ellas es Quito. No solo por su magnifico paisaje y su extraordinario centro
colonial, patrimonio de la humanidad, sino por la forma discreta y eficiente
con que ha resuelto su transporte masivo, mediante un sistema de buses
articulados eléctricos, con paraderos fijos y carriles preferenciales, y buses
comunes. Hace años en su Avenida Amazonas se suprimieron carriles para ampliar
sus andenes, se construyeron oportunos túneles y la mayoría de los cruces a dos
niveles se hicieron subterráneos. Su trafico, por lo demás, está sustentado en
la disciplina de los conductores y en pequeñas glorietas, similares a las
eliminadas en Cali. En fin, una ciudad sin propagandas ni pasacalles.
Sin embargo, poco se habló y mostró el
conflicto entre ciudad tradicional y arquitectura moderna. Pocas conferencias
lo tocaron y solo una fue explícita al respecto. Esta colisión, que en ciudades
como Cali ha sido fatal, todavía es controlable en otras y para ello foros como
la Bienal son de suma importancia. Sus efectos en Quito son mayores de lo que
parece, a pesar de que dos décadas son poco en una ciudad, y evidentes en el
trabajo y preocupaciones de estudiantes y profesores (aunque a la mayoría, como
en todas partes, solo les interese un diploma burocrático y un trabajo también
burocrático, como lo dijo Tenreiro).
A
Cali, con el doble de habitantes de Quito, cómo le hacen falta estos eventos. Aunque
podría participar más activamente en las muy cercanas bienales de Quito o
Colombia (en Bogotá siempre, lamentablemente) o la recientemente relanzada de
Venezuela (el premio lo obtuvo precisamente Tenreiro) es poco lo que los
arquitectos locales se interesan por este (u otro) tipo de debates. Por eso
será que continúan destruyendo con su arquitectura individualista, no ya la
colonial, de la que solo quedan algunos monumentos ahora desubicados, sino toda
la existente, y de paso la ciudad tradicional. Su ceguera les impide entender
que elementos constitutivos de la ciudad, como la calle y la plaza, y de la
arquitectura, como el patio, son irremplazables sin echar por la borda miles de
años de experiencia urbana y arquitectónica. No ven que solo es deseable su
recreación, como lo demuestra, sin duda, el estupendo patio-plaza del Museo de imetríaología de México. Esta
colisión reciente entre ciudad y arquitectura, quedó en evidencia en La BAQ/98,
al tiempo que la dificultad para reflexionar sobre la misma. Pero también quedó
la inquietud; y eso ya es mucho.
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