Karl Popper decía que era el más feliz
de los filósofos; que le había tocado vivir una época en que la humanidad,
gracias a la ciencia, ha resuelto la mayor parte de los problemas que hasta
mediados del siglo XX parecían sin solución. Lo que ha significado, entre otras
cosas, el mejoramiento de las ciudades en las que viven mayoritariamente
sociedades que son las más confortables, las más pacíficas y la más justas que
jamás hayan existido. Por supuesto Popper se refería a los países desarrollados
y civilizados pero no necesariamente a los más ricos.
No
obstante, es evidente que las ciudades afrontan difíciles y graves problemas.
Como el abastecimiento de agua en México, o en Karachi a la que hay que
llevarla desde 100 km. de distancia, o Chihuahua que la tiene racionada
permanentemente. O tienen críticos problemas de habitación, como Daca, en donde
la mitad de sus ocho millones de habitantes viven en tugurios; o de
electricidad, como Nueva Delhi, en donde es cortada frecuentemente seis horas
diarias. O de contaminación, como Santiago, Milán o México, o Nueva Delhi donde
respirar su aire es como fumar entre 10 y 20 cigarrillos diarios. O de ruido,
como Cali, para no irse tan lejos. Y por supuesto muchas tienen problemas de
transporte masivo, como Bogotá, o Bangkok donde los choferes invierten 44 días
al año en trancones. O de seguridad o de basuras, como tantas otras. Y ni
hablar de la destrucción del patrimonio urbano y arquitectónico en el que las
ciudades colombianas han sido campeonas indiscutibles con Cali a la cabeza.
En
las ciudades viejas, el centro, los ensanches y los suburbios se identificaban
como un todo, pero en la medida en que nuevos patrones urbanos emergen, estos
elementos se mueven en diferentes direcciones. Los centros y los ensanches
mejoran mientras que las áreas subnormales empeoran y los suburbios no se sabe
en que pararán, ya que, como es el caso de los colombianos, destruyen el campo
sin lograr construir nuevas ciudades, moviéndose al impulso de la especulación
inmobiliaria de los terrenos que las rodean, sin importar sus posibilidades
urbanas ni que se ocupen áreas agrícolas irremplazables, como es el caso de
Cali.
Pero
las ciudades solucionan cada vez más sus problemas; por ejemplo Nueva York pasó
de ser una de las ciudades americanas más inseguras a ser una de las más
seguras y Los Angeles ha logrado disminuir el número de carros en las vías pese
a tener el promedio más alto del mundo de automóviles por habitante. Londres
les cobra por entrar a la City. Saô Paulo a logrado disminuir las enfermedades
infecciosas mediante el saneamiento y la vacunación y dispone de 300 km. de
ciclovias, igual que ahora Bogotá. Madrid amplía su metro. Shanghai invierte
1.000 millones de dólares en su embellecimiento, incluyendo un nuevo bosque que
la rodeará. Karachi construye el alcantarillado de sus partes más pobres
mediante financiación directa. Tokio ha disminuido la contaminación mediante el
reciclaje de basuras, un mejor sistema de transporte y motores menos
contaminantes. Ya existen en el mercado carros "híbridos" que
funcionan, dependiendo de la velocidad y la pendiente, con electricidad o gasolina,
disminuyendo considerablemente el consumo de combustible y la emisión de gases;
y, en Alemania hay buses "cero
contaminación" pues funcionan con hidrógeno.
Algunas
ciudades han visto aumentar sus inversiones gracias al aumento del turismo que
ya no se limita a los cascos históricos tradicionales. Como es el ejemplar caso
de París, Barcelona y Sevilla, o Berlín, y, muy recientemente, Bilbao, que se
las continúa mejorando con nuevos espacios urbanos y monumentos, y nuevos y más
eficientes servicios. En general las ciudades producen un menor impacto sobre
la naturaleza que los suburbios y, como se ha demostrado en Curitiba, la
solución de sus problemas es más un asunto de imaginación y coherencia social
que de presupuesto. En Cali para lograr la segunda hay que tener mucha de la
primera; Cali si que la necesita.
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