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Mirando por el centro. 02.11.2000


El tío Petros dice en la deliciosa novela de Apóstoles Doxiades, hablando de la famosa  Conjetura de Goldbach, que a veces las cosas parecen sencillas sólo en retrospectiva. Ahora que las hemos destruido se volvió elemental y fácilmente visible que lo que hacía bella la ciudad tradicional eran sus sencillas pero contundentes calles.
          Son tantas las barbaridades que muchos de los que tienen que ver con el espacio urbano público cometieron, o dejaron cometer, que se concluye que fueron víctimas de una epidemia de ceguera. Cómo explicar de otra manera que permitieran esa terrible perversión de los balcones que son los voladizos, responsables de la destrucción de numerosos paramentos, defendiéndolos como protectores de los peatones sin ver que invadían taimadamente el espacio público movidos por la más elemental codicia. Su más abominable vulgarización, avanzar un poquito en cada piso, acabó con las calles de muchos barrios y pueblos. Pero lo de verdad terrible fue que dejaron que predios que antes albergaban una familia pasaran a recibir 5, 10 o 20 apartamentos sin la más mínima modificación de calles o servicios, permitiendo, para rematar, enormes culatas con la disculpa de que otro edificio terminaría por taparlas. Más que ciegos fueron cuando cambiaron los paramentos reales por líneas virtuales que solo significan un limite que se puede violar interpretando las normas o pagando. Pero la hecatombe final fue el remedio definitivo que vieron para esta destrucción de la ciudad existente: ¡más destrucción! ampliar las calles para volverlas vías mediante el retroceso de las líneas de paramento. Pese a que en más de medio siglo ninguna calle se amplio de esta manera  se sigue aplicando esta nefasta norma que lo único que ha dejado son innumerables muelas en las calles de la ciudad. La miopía total.
          La ciudad debe reconstruirse a partir de volver a valorar sus calles que son su espacio público por excelencia, que la estructuran y dan forma, sentido y significado. Desafortunadamente se ignoró por mucho tiempo que son las construcciones las que las conforman, y que además de habitables, deben ser significativas, emocionantes y evocadoras. Hay que recuperarlas principiando por el centro tradicional de la ciudad, al que confluyen todos sus habitantes y sigue siendo su parte más alegre, divertida, animada, concurrida y hasta bonita, aun cuando lo sea a pedazos, pero que es la más amenazada por los carros y en donde más equivocaciones se han cometido. Hay que darle una nueva imagen y esto es un reto, pero no desconocido ni imposible: abundan los buenos ejemplos. La mayoría de sus calles podrían tener solo dos carriles y darle toda la superficie sobrante a los estrechísimos andenes que hoy existen, y  semaforisarlas dándole prioridad a la gente sobre los carros. Su capacidad para el transito no disminuiría pues está determinada por su ancho mínimo existente y por lo contrario el orden aumentaría su efectividad. Por ejemplo, en la Calle 9ª se circula con eficiencia y tranquilidad precisamente por que con solo dos carriles  a todo su largo mantiene una velocidad uniforme ya que no presenta cuellos de botella, al contrario de su par vial, la 8ª, que varía de dos a cinco. Los buses, que son otra de las fuentes del pésimo trafico de Cali, solo deberían circular por las vías tangentes al centro en las que tendrían carriles especiales. Los nuevos andenes, amplios, arborizados y regulares, serían altos para que solo precisen de bolardos en las esquinas en donde suaves rampas bajarían a las calzadas. Los vendedores tendrían espacios propios en las áreas recuperadas en donde al tiempo que estén al lado de los peatones no interfieran su paso, y pagarían derechos de ocupación del espacio público. Todo esto por supuesto ya está inventado como también lo están las normativas que producen paramentos continuos, sin voladizos de lado a lado, que empatan con lo existente y mantienen alturas uniformes por sectores.
          Ojalá que los que ahora tengan que ver con el espacio urbano publico en Cali al final vuelvan a ver (en retrospectiva) como en la estupenda novela "Ensayo sobre la ceguera "  de Saramago. Están a tiempo: todavía nos queda que mirar.


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