Igual que todas las hispanoamericanas
(lo ha indicado el sociólogo mexicano Néstor García Canclini) se caracterizan
por su condición híbrida. En ellas casi todo es nuevo pero no moderno. Hay
muchas modernizaciones pero poca modernidad. Sus partes antiguas no lo son
tanto y en muchos de sus monumentos han perdido sus entornos tradicionales. No
es casualidad, tampoco, que en el Tercer Mundo se hayan concebido la mayoría de
las ciudades modernas, como Chandigarh, en 1950, diseñada por Le Corbusier;
Brasilia, en 1957, de Lucio Costa y Oscar Niemeyer; Islamabad, en 1965, de
Louis Khan; Abuja en Nigeria, y Dodoma
en Tanzania, ambas de 1975. Y que estas hayan sido iniciativas
"faraónicas" de importantes gobernantes, como Juscelino Kubitschek
(que no solamente fue el gestor de Brasilia sino también de la modernización de
Belo Horizonte) que pretendieron ciudades sin problemas asentadas en inmensas
zonas verdes, propósitos que fueron arrollados cuando tuvieron éxito. Cuando
no, como es el caso de Camberra, la capital de Australia, pese al bello y
acertado plano que Walter Burleigh Griffin, colaborador de Wright, realizó en
1913, no han pasado de ser curiosidades.
Es
considerando todo lo anterior que los diseñadores urbanos, y sobre todo los
políticos y sus electores, deberían afrontar en Colombia el diseño de las
permanentes y rápidas expansiones de sus ciudades. Sin embargo hoy lo hacen
armados de criterios y concepciones obsoletos: el urbanismo de los CIAM y la
arquitectura internacional del Movimiento Moderno, o de lo más trivial de lo
que creen que es la arquitectura postmoderna o deconstructivista. O, como es el
caso de Cali, rechazando lo propiamente urbano, con un ecologismo miope que
añora un campo ya bastante urbanizado por la agroindustria del azúcar, como lo
es el del Valle del Alto Cauca, pensando ingenuamente que es posible disfrutar
de la naturaleza sin vivir en las ciudades. Dejan de lado que su población
actual, superior a los tres millones de habitantes, simplemente no podría
subsistir repartida, a razón de mínimo tres habitantes por hectárea, en el poco
menos de un millón de hectáreas de su parte plana y sus respectivos
piedemontes. Desde luego aquí es posible una situación intermedia, que
precisamente es la que presenta actualmente la región: un sistema de ciudades
medianas unidas por las mejores carreteras del país. Pero poco se le presta
atención y se la destruye dejando convertir las carreteras en calles largas,
permitiendo conurbaciones no deseables y manteniendo un sistema político
administrativo obsoleto que no considera ni siquiera el área metropolitana que
de hecho conforman Cali, Jamundí y Yumbo.
Sin
una verdadera tradición urbana (nuestras poblaciones premodernas eran realmente
pequeñas) y sin muchas posibilidades ni interés en conocer verdaderas ciudades
(están muy lejos y nos regodeamos en mirarnos a nosotros mismos) rechazamos el
artefacto urbano y la importancia de su belleza y creemos ingenuamente que la
vida ciudadana se puede llevar a cabo sin él. El resultado de todo esto es el
caos visual que caracteriza nuestras ciudades y la pérdida de espacios urbanos
públicos conformados artísticamente. La ciudad, entre nosotros, pasó de ser una
obra de arte colectivo y un artefacto para vivir -como lo fueron casi todas las
ciudades tradicionales durante cientos años y algunas durante varios milenios y
muchas lo siguen siendo renovadamente- a ser solo ineficientes artefactos para
habitar, circular y divertirse artificialmente en espacios distintos (la TV,
los cines, las discotecas, etc.) a los ofrecidos por la ciudad tradicional: las
calles, las plazas, los parques, las rondas, los paseos, los restaurantes, cafés
y bares, o por la postmoderna: los centros culturales, deportivos y
comerciales, los museos y los terminales de transporte. En Colombia, con
contadas excepciones como Cartagena, las ciudades se han vuelto, por su rápido
y grande crecimiento actual, además de feas -muy feas, como es el caso patético
de Cali- inseguras, caóticas, bulliciosas y sucias. Y esto es muy grave pues en
las ciudades colombianas ya habita mas del 60% de la población del país. No
queda otro camino que aprender a quererlas. Y, por supuesto, hacerlas
queribles.
Adendo: Gaborone, capital de Botsuana,
de 1965 y con mas de 200.000 habitantes en 2012.
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