Ya es un lugar común. Se le atribuye a
Walter Benjamin o a Berthol Brecht: los monumentos fueron construidos con
trabajo esclavo o mal pagado. Jean-Paul Sartre dijo (con demagogia de
izquierda) que entre la catedral de Chartres y un niño con hambre prefería al
niño. Pasó por alto el hambre de muchos niños que hubiera podido saciar si no
se hubiera dedicado a escribir esa maravilla que es Las Palabras, por ejemplo.
Lo cierto es que las ciudades no pueden prescindir de sus monumentos sin dejar
de serlo, aun cuando también hayan costado sangre, sudor y lágrimas: desde las
Pirámides de Gizeh hasta el Château de Versailles.
Pero
ya no. A lo largo de este siglo cada vez se construyeron más y más grandes
monumentos y más espectaculares, con trabajo bien pagado y sobre todo grato,
los cuales pueden disfrutar cada vez mejor cada vez más gente: desde el Centro
Pompidou de Renzo Piano y Richard Rogers, en París, para mencionar solo museos,
hasta el Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry, pasando por el de Frank Lloyd
Wright de Nueva York o el Kimbell de Louis Kahn en Fort Worth, o la Galería
Nacional de Berlín de Mies van der Rohe. O, la Carré d´Art, de 1993, en Nîmes,
de Sir Norman Foster, quien obtuvo el Premio Pritzker el mes pasado.
La
ciudad, es "el escenario de la cultura […] prohíja el arte y es arte"
dijo Lewis Mumford en 1938; y ya hace varios siglos lo había reconocido Ibn
Jaldún: "Hay muchas cosas que tienen, entre ellas, relaciones íntimas,
tales como el estado del imperio, el número de habitantes, la magnificencia de
la capital, el bienestar y la riqueza del pueblo. Estas relaciones existen
porque la dinastía y el imperio sirven de molde a la nación y la civilización,
y todo lo que esta relacionado con el Estado, súbditos y ciudades, les sirve de
materia." Por eso en los países
civilizados se monumentalizan de nuevo sus más importantes ciudades: París o
Berlín, o Barcelona o Sevilla. O se mejoran o recuperan sus barrios antiguos
como el Chiado de Lisboa. O, simplemente Varsovia cuyo centro histórico fue
restaurado después de la guerra como símbolo de la reconstrucción de Polonia.
En
Colombia no solo los terremotos destruyen los monumentos. También la codicia,
la politiquería, la improvisación y la falta de visión, como acaba de suceder
con la Plaza de Mercado de Armenia. Inaugurada en 1938 para los 50 años de la
ciudad y Monumento Nacional desde 1994, acaba de ser demolida a escondidas por
orden del Alcalde pese a que el Ministro de Cultura le había solicitado aplazar
cualquier decisión hasta tener un concepto unitario de la Sociedad Colombiana
de Ingenieros, la de Arquitectos y la Asociación de Ingeniería Sísmica. Nada le
importó tampoco que los arquitectos locales la consideran, junto con la
Estación (también Monumento Nacional), su patrimonio construido más importante,
y a que, con mucha razón, la veían como motor de la revitalización del sector y
su símbolo. Tampoco le importó la entendible oposición de sus actuales
inquilinos.
Y
que decir de las bodegas del ferrocarril en Cali destinadas a ser cárcel con el
beneplácito esta vez del Ministerio. Si bien al alcalde de Armenia le interesa
el lote de la Plaza para "los
desarrollos viales del sector y la construcción de un gran parque" ¿que
pensar de la nueva encargada de la Dirección de Patrimonio del Ministerio de
Cultura, Katia González, que aprueba por encima de la filial vallecaucana del
Consejo de Monumentos semejante despropósito de convertir una bodega, que
indudablemente es parte del patrimonio construido de la ciudad y Monumento
Nacional (Resolución 013 1994) en una cárcel supuestamente provisional?
"Los monumentos no son solo para mirarlos sino para utilizarlos"
dice. Por supuesto. ¿Pero que quedará de la bodega una vez usada como cárcel?
¿Quien la podrá mirar convertida en cárcel? ¿Realmente cree que su uso va ha
ser provisional? ¿Es que no se da cuenta de lo mucho que hay que agregarle a
una bodega para convertirla en una cárcel para mil reclusos? ¿Realmente le
creyó al Alcalde que con apenas 60 millones estará lista en solo un mes? ¡Por
favor!
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