En las sociedades primitivas el gusto
de los individuos se confundía con el de sus clanes y tribus; su arquitectura
vernácula era solo una artesanía más. Cuando surgen las clases dominantes hay
un gusto aristocrático, al que el arte hace saltar barreras, y otro campesino
que mantiene lo tradicional. Con la aparición de las ciudades, “donde el aire
libera”, surge uno burgués y uno popular que lo imita. Pero es con los imperios
que se establece, como política de estado, el gusto oficial. Desde Mesopotamia
y el Antiguo Egipto pasando por Grecia y sobre todo por el Imperio Romano, y el
Islámico (que tocó fuertemente a América con el mudéjar), hasta llegar al
American way of life, la historia del gusto se confunde con la del gusto
oficial; y cuando el poder de los commitanti
fue total, la imposición de su gusto también.
El
primero, conocido, fue Amenofis IV (1370-1350 a.C.) que después de 3.000 años
en los que el arte egipcio varió muy poco, abandonó Tebas y el politeísmo. En
el corto reinado de Akhenaton, como se llamó a sí mismo en homenaje a su nuevo
y único dios, Atón, representado por el disco solar, se produjeron en la corte
de Tell El-Amarna, como hoy se conoce la ciudad a la que trasladó la capital
del imperio, algunas de las obras maestras de la humanidad. Como los bustos del
joven rey (el del Louvre) y el de su esposa la inolvidable reina Nefertiti (en
Berlín). No se sabe si es del maestro escultor del rey, Thutmosis, aunque
estaba en su taller, y probablemente tan sólo sea un modelo para sus retratos
oficiales; de ahí el extraordinario realismo de una belleza exquisita que comienza
a perder su juventud según indican las ligeras arrugas en las comisuras de sus
finos labios. También quedaron las muchas y magníficas piezas de la famosa
tumba de su yerno y sucesor Tutakanmón. Según Ernest Gombrich, esta reforma
artística fue posible por la importación de Creta de obras menos conservadoras
y rígidas que las egipcias. La maat
“verdad” del rey fue interpretada por sus artistas como “realismo” y
“vida”.
Después
de Carlo Magno, en Aquisgran, el gusto fue el de Dios pero tambien el de Allah.
Con el Renacimiento de Papas, Príncipes y Reyes aparece Hispanoamérica, de la
que Fernando Chueca Goitia dice que “el Cristianismo, el Idioma y la
Arquitectura son los tres grandes legados que España ha dejado en este vasto
continente" marcándolo con una huella indeleble. Es el Imperio de Felipe
II, donde nunca se puso el sol. El rey Prudente, mecenas de empresas
intelectuales, encarga a Juan de Herrera la construcción de ese “otro templo de
Salomón”, como fray José de Sigüesa llamó al palacio-monasterio de El Escorial.
La arquitectura de Herrera -anota Chueca Goitia- “es el intento de imponer un
estilo oficial, suprarregional y unificador.” Luis XIV, que igual hubiera
podido afirmar “Le Gout c´est moi!”, necesitó también un escenario para él y su
corte: “Con él sólo importa la grandiosidad, la magnificencia y la simetría”
decía madame de Maintenon, su última favorita y esposa secreta. El pintor
Charles Le Brum fue el supervisor de todos sus proyectos artísticos, y Louis Le
Vau el arquitecto encargado de remodelar el viejo pabellón de caza de Luis
XIII; André Le Notre diseñó los jardines. Los tres habían trabajado para
Nicolás Fouquet en Vaux-le-Vicomte cuya belleza fue la inspiración para el rey
y la desgracia de su ambicioso ministro de finanzas.
El
incomparable Castillo y Parque de Versalles fue la razón, junto con las operas
de Wagner, para que Luis de Wittelsbach, construyera a fines del XIX el famoso
Jardín de Invierno de la Residenz de Munich y los castillos de Neuschwanstein,
Herrenchiemsee, y Linderhof, al que bautizó “Meicost Ettal”, un anagrama de la
famosa afirmación del Rey Sol: "L'Etat cet moi". En ellos el “rey
loco” vivió su vida como de película (Luchino Visconti la filmó) y Waltt Disney
se basó para su Castillo de la Cenicienta, cerca a Orlando, en la Florida. Luis
II de Baviera quería hacer dos palacios más, uno bizantino y otro chino y un
castillo gótico; fue el final de la Bell Epoque, que sucedió al Ancien Régime,
y el inicio del kitsch.
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