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Sueño de año nuevo. 28.12.2000


No es sino mirar el grande, casi cuadrado, plano casi, hermoso, serio, placentero, contundente y significativo patio del Colegio Mayor del Cauca para entenderlo: los claustros y plazas de Popayán deben volver a ser duros: sin pastico, ni maticas ni arbusticos; si acaso árboles grandes, serios, iguales y dispuestos con regularidad. Si se empedraran los estupendos patios de la Universidad del Cauca, una de las pocas en el país que parece tal, con seguridad sus estudiantes aprenderían más; o por lo menos con más placer. Seria recobrar el espíritu clásico de esta ciudad colonial y republicana, mas sobria y blanca que pintoresca y adornada. Grave error es considerar su barroco, austero y mesurado, al decir del historiador argentino Ramón Gutiérrez, como frívola ornamentación. Además en Popayán, como lo identificó por su parte el profesor español Santiago Sebastián, el carácter intelectual del neoclásico barrió con la arquitectura tradicional dejando exponentes de gran interés a fines del XVIII y primera mitad del XIX, que dan especial fisonomía a su arquitectura civil: a sus fachadas y patios. A sus calles.
          Todas las del centro histórico, rectas y amplias, únicas entre las ciudades coloniales del país, tienen como remate los verdísimos alrededores de la ciudad. Todas menos la que hoy da al muy equivocado edificio de la Lotería, que tapa la vista, al que habría que quitarle (los sueños sueños son) sus últimos pisos. Igualmente habría que reducir las calzadas del centro histórico a dos carriles, uno para circular más lentamente que ahora ¿cual es al afán en Popayán? y el otro para parar. Y aumentar mucho sus estrechísimos andenes para los que caminan, miran y viven la ciudad. Y desde luego nada de semáforos "coloniales"; como en Europa, sencillamente el que llegue por la derecha tiene prelación. También habría que multar a los que rompen con sus estúpidos pitos su silencio secular. Son solo poco más de 80 manzanas: el transito de carros, buses y camiones perfectamente podría pasar cerca de sus bordes y dejar las 16 o 20 que están alrededor de la antigua Plaza Mayor, hoy Parque Caldas, únicamente para taxis y pequeños camiones de reparto que solo deberían funcionar en las horas en que hay menos peatones.
          Si Cartagena tiene victorias ¿por que Popayán no podría importar algunas de Palmira? Allí no las usan los turistas sino, precisamente (ejemplo para el país) los ciudadanos; además en Popayán también hay turistas y no solo para la Semana Mayor o el Festival de Música Religiosa. Recorrer en coche por las noches sus calles vacías y silenciosas ya a esas horas, después de escuchar música coral en sus bellas iglesias o sinfónica en su restaurado teatro, seria maravilloso. ¿Y que tal después de una buena tarde de toros en otra época del año?
Solo habría que permitir placas talladas en piedra en lugar de los molestos avisos comerciales inútilmente grandes y ridículamente dorados que hay hoy (que son un regalo del cielo si se los compara con las horribles propagandas y avisos sin nombre que agobian cada vez más a Cali) y que no tienen nada que ver con el encalado de sus fachadas al que habría que reducir a los espontáneos que colorean sus casas apoyándose, o no, en la existencia verdadera o no del color en épocas anteriores de la ciudad: esos son problemas de la arqueología pero no del todo de la arquitectura. Hay que recordarles que el blanco purifica (de hecho desinfecta y limpia) neutraliza y unifica: hace ciudad en la medida en que ayuda a enfatizar el carácter uniforme de las calles mediante un color que además es propio del neoclásico y ya tradicional allí.
          Aunque en Popayán todos coinciden en admirar su ciudad (que tantos en Colombia y en el mundo tanto admiramos también) son muchas las barbaridades que se comenten o dejan cometer en su bello espacio urbano público: no saben mirarla. Y no tienen por que saberlo: nadie les ha enseñado a soñarla despiertos; han soñado otras cosas, otros poemas. Pero como muy bien saben allá, IGNORANTIA EST MAGISTRA ADMIRATIONIS: las alabanzas fáciles que se hacen y se dejan hacer solo demuestran lo necesitada que está esta ciudad de una crítica arquitectónica amable pero dura y sobre todo permanente y despierta: allí, todavía, sí que vale bien la pena.


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