No es sino mirar el grande, casi
cuadrado, plano casi, hermoso, serio, placentero, contundente y significativo
patio del Colegio Mayor del Cauca para entenderlo: los claustros y plazas de
Popayán deben volver a ser duros: sin pastico, ni maticas ni arbusticos; si
acaso árboles grandes, serios, iguales y dispuestos con regularidad. Si se
empedraran los estupendos patios de la Universidad del Cauca, una de las pocas
en el país que parece tal, con seguridad sus estudiantes aprenderían más; o por
lo menos con más placer. Seria recobrar el espíritu clásico de esta ciudad
colonial y republicana, mas sobria y blanca que pintoresca y adornada. Grave
error es considerar su barroco, austero y mesurado, al decir del historiador
argentino Ramón Gutiérrez, como frívola ornamentación. Además en Popayán, como
lo identificó por su parte el profesor español Santiago Sebastián, el carácter
intelectual del neoclásico barrió con la arquitectura tradicional dejando
exponentes de gran interés a fines del XVIII y primera mitad del XIX, que dan
especial fisonomía a su arquitectura civil: a sus fachadas y patios. A sus
calles.
Todas
las del centro histórico, rectas y amplias, únicas entre las ciudades
coloniales del país, tienen como remate los verdísimos alrededores de la
ciudad. Todas menos la que hoy da al muy equivocado edificio de la Lotería, que
tapa la vista, al que habría que quitarle (los sueños sueños son) sus últimos
pisos. Igualmente habría que reducir las calzadas del centro histórico a dos
carriles, uno para circular más lentamente que ahora ¿cual es al afán en
Popayán? y el otro para parar. Y aumentar mucho sus estrechísimos andenes para
los que caminan, miran y viven la ciudad. Y desde luego nada de semáforos
"coloniales"; como en Europa, sencillamente el que llegue por la
derecha tiene prelación. También habría que multar a los que rompen con sus
estúpidos pitos su silencio secular. Son solo poco más de 80 manzanas: el
transito de carros, buses y camiones perfectamente podría pasar cerca de sus
bordes y dejar las 16 o 20 que están alrededor de la antigua Plaza Mayor, hoy
Parque Caldas, únicamente para taxis y pequeños camiones de reparto que solo
deberían funcionar en las horas en que hay menos peatones.
Si
Cartagena tiene victorias ¿por que Popayán no podría importar algunas de
Palmira? Allí no las usan los turistas sino, precisamente (ejemplo para el
país) los ciudadanos; además en Popayán también hay turistas y no solo para la
Semana Mayor o el Festival de Música Religiosa. Recorrer en coche por las
noches sus calles vacías y silenciosas ya a esas horas, después de escuchar
música coral en sus bellas iglesias o sinfónica en su restaurado teatro, seria
maravilloso. ¿Y que tal después de una buena tarde de toros en otra época del
año?
Solo habría que permitir placas
talladas en piedra en lugar de los molestos avisos comerciales inútilmente
grandes y ridículamente dorados que hay hoy (que son un regalo del cielo si se
los compara con las horribles propagandas y avisos sin nombre que agobian cada
vez más a Cali) y que no tienen nada que ver con el encalado de sus fachadas al
que habría que reducir a los espontáneos que colorean sus casas apoyándose, o
no, en la existencia verdadera o no del color en épocas anteriores de la
ciudad: esos son problemas de la arqueología pero no del todo de la
arquitectura. Hay que recordarles que el blanco purifica (de hecho desinfecta y
limpia) neutraliza y unifica: hace ciudad en la medida en que ayuda a enfatizar
el carácter uniforme de las calles mediante un color que además es propio del
neoclásico y ya tradicional allí.
Aunque
en Popayán todos coinciden en admirar su ciudad (que tantos en Colombia y en el
mundo tanto admiramos también) son muchas las barbaridades que se comenten o
dejan cometer en su bello espacio urbano público: no saben mirarla. Y no tienen
por que saberlo: nadie les ha enseñado a soñarla despiertos; han soñado otras
cosas, otros poemas. Pero como muy bien saben allá, IGNORANTIA EST MAGISTRA
ADMIRATIONIS: las alabanzas fáciles que se hacen y se dejan hacer solo
demuestran lo necesitada que está esta ciudad de una crítica arquitectónica
amable pero dura y sobre todo permanente y despierta: allí, todavía, sí que
vale bien la pena.
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