En su reciente libro, Una herencia incómoda, 2014, Nicholas
Wade, licenciado en Ciencias Naturales por el King´s College de la Universidad
de Cambridge, llama a distinguir entre el racismo, un constructo social, y la
realidad biológica (p. 4) pues “la ciencia trata de lo que es, no de lo que
debiera ser” (p. 14), y las ideas sobre la raza son peligrosas cuando se
conectan a programas políticos (p. 44). Desde holocaustos como el de los
judíos, que no es el único, hasta eso de llamar “afro descendientes” apenas a
los negros ya que amarillos y blancos también vienen de allá, solo que hace
unos 50.000 años, como ya quedó esclarecido al descifrar el genoma humano en
2003, lo que “ha planteado muchas preguntas interesantes, pero embarazosas” (p.
7). Como igual lo son algunas que es preciso hacer sobre nuestras ciudades
actuales.
Señala Wade que la
virtud que distingue a los seres humanos es la cooperación y que existen buenas
razones para suponer que esta tiene una base genética (p. 55), y plantea cómo
una serie de logros conduciría finalmente a los primeros poblados y a la
agricultura (p. 59) pero que ya en las ciudades, en las que la gente tiene que
hacer frecuentes negocios con extraños, la desconfianza es mucho mayor que en
las sociedades tribales en las que la mayoría de las interacciones se hacen con
parientes próximos (p. 61). Justamente la diferencia que se da entre un barrio
tradicional y una megalópolis no ordenada por sectores al alcance de la vida
cotidiana. “Los genes y la cultura interactúan” concluye Wade (p. 67), lo que
lleva a que los componentes funcionales de una sociedad sean sus instituciones;
es decir, aquellas organizaciones fundamentales de un
Estado, nación o sociedad. O una ciudad.
Igual que el lenguaje es
un rasgo universal de la mente humana, como lo recuerda Wade (p. 9), y que las
ciudades también lo son ya lo señaló Lewis Mumford en 1938 en La cultura de las ciudades, verdad
indispensable para entenderlas y proceder a planificarlas cuando ya son
producto de culturas híbridas, como llama Néstor García-Canclini su libro de
1990, cuyas costumbres son mal avenidas y no hay respeto por los otros. Que le
tomara a los seres humanos 185.000 años para “dar el paso aparentemente obvio
de establecerse y poner sobre sus cabezas un techo permanente sugiere claramente
que primero tuvieron que evolucionar varios cambios genéticos en el
comportamiento social” (p. 71). Y que
las ciudades ya tengan mas de 10.000 años de historia es algo que no se puede
negar con constructos ideológicos como una “modernidad” que, muchos creen que
sólo lo es si al tiempo elimina lo anterior.
“La aparición de las
primeras ciudades-estado, basadas en la agricultura a gran escala, requirió un
nuevo tipo de estructura social, basado en poblaciones grandes y organizadas
jerárquicamente gobernadas por lideres militares. Los estados superpusieron sus
propias instituciones a las de la tribu. Utilizaron la religión para legitimar
el poder del gobernante y mantener un monopolio de la fuerza” (p. 72). Con la
lengua y la arquitectura fue impuesta en toda América, como dijo Fernando
Chueca Goitia, en su esclarecedor libro Invariantes
castizos de la Arquitectura Española-Invariantes en la Arquitectura
Hispanoamericana, 1979. Desafortunadamente
de esta herencia se ignora su propia herencia allá y sus resultados construidos
aquí, que aun quedan, como también lo que pueden enseñar para mejorar las
ciudades al plantear preguntas pertinentes.
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