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Herencia urbana. 03.11.2016


          En su reciente libro, Una herencia incómoda, 2014, Nicholas Wade, licenciado en Ciencias Naturales por el King´s College de la Universidad de Cambridge, llama a distinguir entre el racismo, un constructo social, y la realidad biológica (p. 4) pues “la ciencia trata de lo que es, no de lo que debiera ser” (p. 14), y las ideas sobre la raza son peligrosas cuando se conectan a programas políticos (p. 44). Desde holocaustos como el de los judíos, que no es el único, hasta eso de llamar “afro descendientes” apenas a los negros ya que amarillos y blancos también vienen de allá, solo que hace unos 50.000 años, como ya quedó esclarecido al descifrar el genoma humano en 2003, lo que “ha planteado muchas preguntas interesantes, pero embarazosas” (p. 7). Como igual lo son algunas que es preciso hacer sobre nuestras ciudades actuales.
          Señala Wade que la virtud que distingue a los seres humanos es la cooperación y que existen buenas razones para suponer que esta tiene una base genética (p. 55), y plantea cómo una serie de logros conduciría finalmente a los primeros poblados y a la agricultura (p. 59) pero que ya en las ciudades, en las que la gente tiene que hacer frecuentes negocios con extraños, la desconfianza es mucho mayor que en las sociedades tribales en las que la mayoría de las interacciones se hacen con parientes próximos (p. 61). Justamente la diferencia que se da entre un barrio tradicional y una megalópolis no ordenada por sectores al alcance de la vida cotidiana. “Los genes y la cultura interactúan” concluye Wade (p. 67), lo que lleva a que los componentes funcionales de una sociedad sean sus instituciones; es decir, aquellas organizaciones fundamentales de un Estado, nación o sociedad. O una ciudad.
          Igual que el lenguaje es un rasgo universal de la mente humana, como lo recuerda Wade (p. 9), y que las ciudades también lo son ya lo señaló Lewis Mumford en 1938 en La cultura de las ciudades, verdad indispensable para entenderlas y proceder a planificarlas cuando ya son producto de culturas híbridas, como llama Néstor García-Canclini su libro de 1990, cuyas costumbres son mal avenidas y no hay respeto por los otros. Que le tomara a los seres humanos 185.000 años para “dar el paso aparentemente obvio de establecerse y poner sobre sus cabezas un techo permanente sugiere claramente que primero tuvieron que evolucionar varios cambios genéticos en el comportamiento social” (p. 71).  Y que las ciudades ya tengan mas de 10.000 años de historia es algo que no se puede negar con constructos ideológicos como una “modernidad” que, muchos creen que sólo lo es si al tiempo elimina lo anterior.
          “La aparición de las primeras ciudades-estado, basadas en la agricultura a gran escala, requirió un nuevo tipo de estructura social, basado en poblaciones grandes y organizadas jerárquicamente gobernadas por lideres militares. Los estados superpusieron sus propias instituciones a las de la tribu. Utilizaron la religión para legitimar el poder del gobernante y mantener un monopolio de la fuerza” (p. 72). Con la lengua y la arquitectura fue impuesta en toda América, como dijo Fernando Chueca Goitia, en su esclarecedor libro Invariantes castizos de la Arquitectura Española-Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana,  1979. Desafortunadamente de esta herencia se ignora su propia herencia allá y sus resultados construidos aquí, que aun quedan, como también lo que pueden enseñar para mejorar las ciudades al plantear preguntas pertinentes.

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