El mundo subjetivo centrado en el propio
organismo y diferente al nicho ecológico, como define el concepto de Umwelt el primatólogo y etólogo Frans de
Waal (¿Tenemos suficiente inteligencia
para entender la inteligencia de los animales?, 2016, p. 20) es algo que
los arquitectos deberían conocer además del relieve, el clima, el paisaje, las
tradiciones, los requerimientos, las normas y los recursos, para emprender el
diseño de espacios para el ser humano. Debería ser claro que su antiquísimo
oficio, ahora profesión, es interdisciplinario: biología, geografía e historia
general y no apenas de los estilos, saberes que sorprendentemente están
ausentes de los programas de arquitectura.
Ya el filosofo, economista,
sociólogo e historiador agnóstico escocés, David Hume (1711-1776) había escrito hace dos siglos que:
“A partir de la semejanza entre acciones externas de los animales y las que
efectuamos nosotros, juzgamos que su interior se parece igualmente al nuestro;
y en el mismo principio de razonamiento, llevado un paso mas allá, nos llevará
a concluir que, dado que nuestras acciones internas se parecen, las causas de
las que se derivan también deben ser semejantes. Por lo tanto, cuando se
adelante cualquier hipótesis para explicar una operación mental que es común a
hombres y bestias, debemos aplicar la misma hipótesis a ambos.” (p. 303).
Pero, pese a las
conclusiones científicas, el muro entre los animales y el ser humano persiste
entre muchos, impidiendo sacar muy útiles conclusiones, por ejemplo en la
arquitectura, precisamente. El caso es que ni siquiera saberes relacionados con
su práctica, como la antropometría, que estudia las medidas del cuerpo del hombre, o la
homeóstasis, que estudia su capacidad de mantener una condición interna estable
compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de
materia y energía, o la Gestalt,
que estudia los elementos que llegan a la mente a través de la percepción o de la memoria, son considerados en los programas de arquitectura.
Antes se aprendían sus
nociones mas básicas de los maestros que los identificaban a través de su
experiencia, pero ahora ni siquiera se consideran a fondo las diferencias de
genero, las que se revuelven o confunden con las de sexo, ni tampoco las de
edad, de niños a ancianos, ni las de movilidad. Lo que lleva a que, por
ejemplo, la gran mayoría de los baños públicos estén mal diseñados; y ni se
diga las rutas de evacuación, en las que sistemáticamente se pasa por alto que
la gente, como cualquier animal, tiende a correr ante cualquier peligro,
buscando salir por donde recuerda que entró; o las barandas que en lugar de
barrotes tiene divisiones horizontales que invitan a los niños a trepar por
ellas.
Tal parece que los
artistas plásticos y los arquitectos vean mas detalles, detalles que sus
clientes en general no detallan, lo que los diferencia de un verdadero mecenas,
y se dejan llevar por preconceptos, como la moda, y los comentarios de sus
familiares y amigos, pues todo el mundo opina y se cree arquitecto. Como señala
Frans de Waal: “Una cosa es copiar a los otros en beneficio propio, y otra muy
distinta es querer actuar como los demás. Esto último es el fundamento de la
cultura humana” (p. 286). Todo un problema pues sin clientes difícilmente se
puede hacer arquitectura, por lo que tendrían que estar conscientes de que
escogen una arquitectura y no un mandadero; una obra y no cómo hacer sus
caprichos.
Comentarios
Publicar un comentario