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Obra la corrupción. 08.02.2018


            Andenes, plazas y parques que pronto se deterioran, o que se demuelen para hacerlos diferentes y mal; puentes peatonales que no sirven; calles sin continuidad o que se inundan; terminales que no lo son y se inauguran sin terminar, lo mismo que túneles que nunca se terminan, o que se quedan a oscuras con frecuencia; puentes y edificios que se caen, causando muertes, o que hay que desalojar pues están en riesgo; o rascacielos al lado de un BIC, patrimonio de la humanidad. Es la corrupción en línea, en mayor o menor grado, de todo proceso de construcción: propuesta, licitación, diseño, cálculo, licencia, ejecución, interventoría, mantenimiento, propaganda y control del Estado.

            La falta de control del gobierno central, los departamentos y los municipios es total, al punto de que más de la mitad de las obras en Cali, por ejemplo, no tienen licencia; y las curadurías urbanas no sólo no resolvieron la corrupción de las secretarías de planeación sino que algunas la multiplicaron. Además hay ex funcionarios que aprovechan su paso por ellas para dejar contactos y abusar de la ambigüedad que suelen mostrar las normas de planeación en Colombia. Y cuando finalmente se hace una inspección, no los dejan entrar y no pasa nada, sólo esperar a que la siguiente administración diga que se trata de construir el progreso de la ciudad, de modernizarla y desarrollarla.

            La complicidad de los compradores de vivienda y similares, igual forma parte de la corrupción de todo el proceso pues no exigen a los vendedores la documentación completa de licencias y planos, ni les interesa quien construyo, quien calculó la estructura y mucho menos qué arquitecto diseño el edificio, y a muchos de estos, algunos de los cuales ni siquiera son arquitectos, tampoco les interesa que se sepa su nombre. Y a los bancos, que prestan el dinero, las compañías de seguros, que aseguran las obras, y los vecinos de las mismas, tampoco. Todos reaccionan después y no antes, e incluso los propietarios o inquilinos se niegan a evacuar edificios en riesgo de caerse.

          Finalmente, la muy deficiente educación en general de los colombianos tiene mucho que ver. A los arquitectos poco se les menciona la ética además de la estética, y a los ingenieros ni siquiera esta. Por su parte, los gremios de arquitectos, ingenieros y constructores poco se ocupan a fondo por garantizar en su educación, como en su práctica posterior, una ética profesional. Y los clientes son casi siempre ignorantes de estos asuntos, al punto de que realizan intervenciones en “sus” edificios que ignoran las normas, la arquitectura de los mismos y la calle donde se ubican; o, incluso, cubren azoteas o ponen pesadas piscinas en terrazas que no calculadas para soportarlas.

          La ética, esa parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores, establece un conjunto de normas que rigen la conducta de las personas en cualquier ámbito de la vida. Así vista, la ética en los programas de arquitectura debería pasar por la pertinencia de su enseñanza, la cual debe partir de saber qué se espera de un arquitecto; según el DLE, arquitecto es la persona legalmente autorizada para profesar la arquitectura; el problema es, pues, qué es la arquitectura, y aún más ¿qué debe ser ahora? Es paradójicamente sencillo como ignorado: respetuosa del contexto, urbano o natural, segura, funcional, cómoda, agradable, fácil de mantener y remodelable, además de bella, por supuesto; y sin corrupción alguna.

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