Andenes, plazas y parques
que pronto se deterioran, o que se demuelen para hacerlos diferentes y mal;
puentes peatonales que no sirven; calles sin continuidad o que se inundan;
terminales que no lo son y se inauguran sin terminar, lo mismo que túneles que
nunca se terminan, o que se quedan a oscuras con frecuencia; puentes y
edificios que se caen, causando muertes, o que hay que desalojar pues están en
riesgo; o rascacielos al lado de un BIC, patrimonio de la humanidad. Es la
corrupción en línea, en mayor o menor grado, de todo proceso de construcción:
propuesta, licitación, diseño, cálculo, licencia, ejecución, interventoría,
mantenimiento, propaganda y control del Estado.
La falta de control del gobierno
central, los departamentos y los municipios es total, al punto de que más de la
mitad de las obras en Cali, por ejemplo, no tienen licencia; y las curadurías
urbanas no sólo no resolvieron la corrupción de las secretarías de planeación
sino que algunas la multiplicaron. Además hay ex funcionarios que aprovechan su
paso por ellas para dejar contactos y abusar de la ambigüedad que suelen
mostrar las normas de planeación en Colombia. Y cuando finalmente se hace una
inspección, no los dejan entrar y no pasa nada, sólo esperar a que la siguiente
administración diga que se trata de construir el progreso de la ciudad, de
modernizarla y desarrollarla.
La complicidad de los
compradores de vivienda y similares, igual forma parte de la corrupción de todo
el proceso pues no exigen a los vendedores la documentación completa de
licencias y planos, ni les interesa quien construyo, quien calculó la
estructura y mucho menos qué arquitecto diseño el edificio, y a muchos de
estos, algunos de los cuales ni siquiera son arquitectos, tampoco les interesa
que se sepa su nombre. Y a los bancos, que prestan el dinero, las compañías de
seguros, que aseguran las obras, y los vecinos de las mismas, tampoco. Todos
reaccionan después y no antes, e incluso los propietarios o inquilinos se
niegan a evacuar edificios en riesgo de caerse.
Finalmente,
la muy deficiente educación en general de los colombianos tiene mucho que ver.
A los arquitectos poco se les menciona la ética además de la estética, y a los
ingenieros ni siquiera esta. Por su parte, los gremios de arquitectos,
ingenieros y constructores poco se ocupan a fondo por garantizar en su
educación, como en su práctica posterior, una ética profesional. Y los clientes
son casi siempre ignorantes de estos asuntos, al punto de que realizan
intervenciones en “sus” edificios que ignoran las normas, la arquitectura de
los mismos y la calle donde se ubican; o, incluso, cubren azoteas o ponen
pesadas piscinas en terrazas que no calculadas para soportarlas.
La ética, esa parte de la
filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores, establece un
conjunto de normas que rigen la conducta de las personas en cualquier ámbito de
la vida. Así vista, la ética en los programas de arquitectura debería pasar por
la pertinencia de su enseñanza, la cual debe partir de saber qué se espera de
un arquitecto; según el DLE, arquitecto es la persona
legalmente autorizada para profesar la arquitectura;
el problema es, pues, qué es la arquitectura, y aún más ¿qué debe ser ahora? Es paradójicamente sencillo como ignorado: respetuosa
del contexto, urbano o natural, segura, funcional, cómoda, agradable, fácil de
mantener y remodelable, además de bella, por supuesto; y sin corrupción alguna.
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