Mientras que los niños campesinos tradicionalmente juegan/trabajan al aire libre, disfrutando/sufriendo la naturaleza, los niños urbanos siempre han jugado en casa (mientras sus padres trabajan/divierten) aunque lo hacen cada vez menos en patios y jardines en la medida en que estos se han reducido o desaparecido del todo. Pero los adultos sólo ocasionalmente lo hacen en casa pues los juegos de mesa como los dados, fichas, cartas y otros, y el ajedrez por supuesto, prefieren disfrutarlos afuera, en la ciudad, y con otros, en andenes, terrazas, parques, cafeterías, cafés y bares, o, los más ricos, en los club en los que además hay piscinas, canchas deportivas y campos de golf.
Los juegos de mesa han estado en casa desde hace muchísimo tiempo, como lo indican los yacimientos de Basur Höyük, cerca de la ciudad turca de Siirt, en donde se han encontrado piezas de un juego de mesa con cerca de 50 siglos de antigüedad, y el ajedrez se generalizó en Europa durante el Siglo XV, como evolución del juego persa shatranj, que a su vez surgió a partir del más antiguo chaturanga que se practicaba en la India en el Siglo VI (Wikipedia). Son juegos que apenas requieren una mesa, que puede ser la del comer, aunque también las hay especialmente diseñadas con dicho propósito, por cierto muy bonitas, y en algunas casas antes existían espacios exclusivos con dicho fin.
Pero sin duda el muy entrañable ‘escondite’, convertido mágicamente en una variante casera, es el mejor juego en casa ya que permite aislarse de los demás para trabajar, estudiar, ‘viajar’, leer, escribir o simplemente poder estar solo en casa, pero el problema es que en las pobres viviendas de ahora no hay lugares para ‘esconderse’ cómodamente ni aunque se sea rico. No en vano, como lo señala Wikipedia, al escondite se juega mejor en zonas con potenciales puntos para ocultarse, como un bosque, un parque, un jardín o una casa grande; aunque no necesariamente en área sino precisamente en el adecuado ambiente y suficiente privacidad de todos sus diferentes espacios tradicionales.
Es preciso evolucionar en ese sentido la distribución de las casas, usualmente divididas en áreas sociales (sala y comedor), de servicios (garaje, cocina, lavadero y patio de ropas) y de alcobas (una principal y una para los hijos y otra para las hijas), y dotarlas de otros espacios para trabajar, estudiar, estar y jugar, como estudios, corredores, balcones y terrazas, y repensar el uso diurno de las alcobas amoblándolas adecuadamente. Y evitar repetir esos apartamentos sosos -verdaderas ‘cajas de zapatos’ apilados unos encima de otros sin gracia alguna- sin siquiera balcones, o suficientes y adecuadas zonas comunes que los reemplacen a cabalidad: jardines, vergeles, piscinas y salones.
Y al espacio urbano público, muy deficiente en esas ciudades que crecieron recientemente mucho, como es el caso de Cali, es preciso dotarlo con más áreas para estar y jugar en los andenes en forma de terrazas para no obstaculizar el paso de los peatones e igualmente hacerlas en los parques, y dotadas de mesas y bancas fijas para uso de todos especialmente de los más pobres que ni siquiera tienen casa. Igualmente en dichas ampliaciones de los andenes, los bares, cafeterías y restaurantes aledaños a ellas los que de cierto modo son semipúblicos, podrían instalar mesas sin invadir el andén y naturalmente pagando un impuesto por la ocupación y uso del espacio público respectivo.
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