Este Diccionario razonado de las ciencias, artes y oficios, editado en Francia entre 1751 y 1772 bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert, para reunir y difundir en un texto claro y accesible los conocimientos y saberes acumulados hasta entonces, bajo la ideología laicista, pragmática, materialista y burguesa de la Ilustración. Contiene 72.000 artículos de más de 140 colaboradores, entre ellos Voltaire, Rousseau, Holbach y Turgot, y en la Breve antología en 2017, de Gonzalo Torné, es posible leer, tres siglos después, conceptos sobre la arquitectura que comprueban que no progresa, como sí la construcción justo en ese lapso, sino que en tanto arte sólo evoluciona.
El caso es que la arquitectura es “…una disciplina que nació de la necesidad y que ha sido perfeccionada por el lujo, elevándose desde las cabañas hasta los palacios [es] una máscara bellísima para cubrir nuestras necesidades supremas” (p. 23) e incluso “…la pólvora ha provocado que se construyan las maravillas arquitectónicas que defienden nuestras fronteras” (p. 97). “Precisamente son el color y la forma, dos propiedades inherentes a los cuerpos y que varían de uno a otro, las que nos permiten destacarlos en el espacio de fondo; de hecho nos basta con una sola de estas propiedades para hacerlo“ (p. 11). Y desde luego se debería agregar la textura y el sonido, y hasta el olor.
Por otro lado, elegancia “…viene de electus, es decir, ‘elegido’ (p.175) y “…sencillo, no solo se refiere a algo fácil de hacer, también abarca las cosas que tienen la apariencia de ser sencillas.” (p. 184). “Lo hermoso está, con cierta frecuencia, enfrentado al bien. Describe algo grande, noble y admirado [pero] con frecuencia tiene más mérito encontrar o hacer algo bueno que algo bello […] a veces llamamos hermosa a una obra importante, y llamamos agradable a una obra que no tiene tanta importancia [y] hermoso nos parecería apenas agradable si se hubiese fabricado o compuesto con menos ambición o a una escala más pequeña” (p. 219). Y qué bueno que lo hermoso sea agradable.
Por eso “…la historia de las artes, que quizás sea la más útil de todas cuando se tiene en cuenta su progreso y sus mecanismos…” (p. 221) es básica para entender la arquitectura. “La manera como cada artista ejecuta su obra depende del objeto con el que trabaja [y] jamás podrá parecerse […] la arquitectura de un templo a la de una casa [;] cada género contiene […] matices propios [:] el sencillo y el complejo entre los que ·encontramos diversos tonos, y en la organización de estos matices descansa la perfección de la elocuencia y de la poesía […] La perfección consiste en lograr que la coincidencia del estilo con la materia despierte también la sorpresa…” (pp. 211 y ss).
De ahí la pertinencia de “…un consejo a los eruditos: que practiquen en ellos aquello que enseñan a los demás.”(p. 97) y evitar tener que decirles a sus estudiantes: “Compones admirablemente bien versos malos.” (p. 185). “Un signo de esa amenazadora barbarie lo encontramos en el estéril ingenio que disimula la ignorancia, que tanto contribuye a propagarla y que un día cubrirá el planeta entero [y] destino último del mal gusto […] la razón y el buen gusto son pasajeros, los periodos de barbarie pueden prolongarse durante siglos” (p. 66). ¿Será por esto que no existía una musa de la arquitectura? Hoy debería ser Urania, la de la astronomía, poesía didáctica y ciencias exactas.
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