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Contra Robdia. 13.10.2021

El libro de Kevin Roose, ‘Future proof’, 2021, es un buen complemento de los de Andrés Oppenheimer, ‘¡Sálvese quien pueda!’, 2018; Julia Ebner, ‘La vida secreta de los extremistas’, 2020; y Marta García Aller, ‘Lo imprevisible’, 2020; mencionados en una columna anterior sobre la amenaza de la robotización, la Big Data y la (mal) llamada inteligencia artificial (La Robdia, 09/09/2021) y hay que agregar el de Miguel Catalán, ‘Antropología de la mentira’, 2014. Rosse propone 9 reglas para los humanos en la era de la automatización, y recuerda que ya Adam Smith en La riqueza de las naciones, 1776, afirmó que la automatización los estaba volviendo “estúpidos e ignorantes” (p. 129).

Las tres primeras reglas lo son en relación a las máquinas: 1) ser sorprendente, sociable y excepcional (como no lo puede ser ninguna máquina ni un ignorante y aún menos un estúpido); 2) resistirse al embate de las máquinas (no dejarse dominar por ellas sino lograr lo contrario, que ayuden a solucionar pronto la amenaza del cambio climático, a parar la tala de selvas y bosques, y la acelerada merma de la biodiversidad, a gestionar la sobrepoblación, y a dificultar un accidente o una guerra atómica); y 3) hacer a un lado los dispositivos (al menos apagar la Tv si no se la está viendo o el teléfono celular en la mesa, en la cama y obligatoriamente mientras se conduce un carro).

Las tres siguientes tienen que ver con las actividades sociales: 4) dejar huella (ya sea por los aportes a la política, la economía, la sociedad, la cultura o la ciudad, o, mejor aún, entre los amigos mujeres u hombres, la familia y en primerísimo lugar en los hijos cuando se tienen); 5) no ser un punto únicamente de conexión (es decir, ser sólo un empalme anodino entre otras personas o niveles de trabajo); 6) tratar la inteligencia artificial como a un ejército de chimpancés (entender que la IA no razona igual que el homo sapiens, que apenas repite, pero muy rápidamente, las instrucciones que se le han dado a partir de un algoritmo producido por una persona inteligente y que sí razona).

Las últimas reglas son tres sugerencias: 7) construir redes grandes y pequeñas (tanto de trabajo, gremiales y profesionales, como sociales: comidas, reuniones, fiestas; y especialmente culturales: lecturas, viajes, museos); 8) aprender humanidades para la era de las máquinas (como dijo Paul Daugherty “Estamos capacitando a la gente para que haga cosas de máquinas […]. Deberíamos estar[la] capacitando para su potencial exclusivamente humano”, (citado por Roose, p. 191); 9) armar a los rebeldes: “Sumarnos al diálogo, conocer los detalles de las estructuras de poder que están moldeando la adopción de la tecnología e inclinarlas hacia un futuro mejor y más justo” (p. 208).

Como escribe Roose: “La gente que había estado satisfecha con las interacciones virtuales durante los primeros meses de la pandemia se saltaba las normas de distanciamiento social [la traducción correcta sería: distanciamiento físico] para poder ir a comer a restaurantes, tomar una copa o asistir a conciertos o servicios religiosos con sus amigos.
Resultó que las máquinas no podían ofrecer un sustituto adecuado a la conexión humana ni darnos lo que necesitábamos para seguir adelante.
Y puede que nunca lo logren” (p. 23). Es lo que sucede con los que insisten en ‘participar’ en reuniones de trabajo detrás de una letra o de una fotografía que eliminan el lenguaje corporal.

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