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Tocar en casa. 06.10.2021

Todas las casas se sienten con todo el cuerpo todo el tiempo y permanentemente se tocan con los pies y se cogen con las manos, complementando lo que se oye y se ve, pero igualmente lo que se huele en ellas, ya sean agradables aromas, feos olores o lo que se va a saborear y ya se prepara en sus cocinas. En las casas se ejercita a fondo el sentido del tacto: el llegar a algo con la mano sin asirlo, que es como el DEL define tocar; pero también es hacer sonar cualquier instrumento, el que en este caso hay que comprender que se trata de la casa, y reconocerla entonces por la calidad de sus sonidos o lo desagradable de sus ruidos, aunque algunos de estos se pueden volver discretos sonidos de fondo.

Todo el tiempo todo el cuerpo toca toda la casa; se sienten sus texturas y temperaturas y cómo estas varían de una superficie a otra, de un espacio a otro. Sus muebles todos se tocan al sentarse, sobre una mesa comiendo, trabajando, leyendo o estudiando; tomando el sol en una tumbona, o en la cama al acostarse; y se tocan todos sus utensilios todo el tiempo: los teclados de los computadores, o el de un piano si lo hay; los cubiertos en la mesa, los menajes de la cocina; y los libros, claro. Por eso es una paradoja que en los museos y en las casas famosas que pueden visitar, haya por todas partes letreros que dicen: ‘No tocar’; y que a los niños antes se les dijera que ‘mirar y no tocar se llama respetar’.

Permanentemente los pies tocan los pisos al caminar, y hacen que suenen, y desde luego más íntimamente y silenciosamente si se va descalzo; un cálido piso de madera o una suave alfombra en un clima frío o unas frías baldosas en uno caliente; y están los senderos de grava o de tierra de los jardines y por supuesto el prado. Pero qué desagradable es tropezar con un pequeño cambio de nivel, o el pequeño esfuerzo ante un escalón muy alto, o subir o peor bajar por una escalera mal calculada. Y con la vista se tocan permanentemente todas las superficies de la casa y entonces, si se analizan, se puede penetrar con Vitruvius en los secretos de su arquitectura en tanto función, construcción y forma.

Se cogen con las manos muchas partes de la casa: las barandas de sus balcones, terrazas, azoteas y miradores, y también los antepechos de las ventanas, al asomarse por ellas para mirar afuera de la casa; los pasamanos de las escaleras; las cerraduras y pomos de las puertas y postigos; y al abrir y cerrar los cajones de los armarios y alacenas. Y a veces uno se apoya con una mano en sus pie derechos o en sus pilastras, o en sus columnas y entonces cómo no recordar las bellas cariátides del Erecteion y abrazar a Palas Atenea, pese al frío de su mármol pentélico, la bella diosa de la civilización, la sabiduría, la estrategia, las ciencias y la justicia, y, a veces, olvidarse que también lo es de la guerra.

Se puede vivir en una casa sin verla, oírla, olerla ni saborear nada, pero no sin sentirla todo el tiempo con el cuerpo todo, y tocarla con los pies y coger sus partes y muebles con las manos. En conclusión, todos los sentidos tienen que ver con la arquitectura, y todos son extensiones del tacto como bien subraya Juhani Pallasmaa (Los ojos de la piel: la arquitectura y los sentidos, 2005). Por eso al proyectar una casa, y todo tipo de otros edificios por supuesto, no basta con dibujar y hay que describir ciertos aspectos del proyecto en notas en sus planos, y narrar experiencias recordadas en la memoria del proyecto, la que por eso hay que iniciar desde antes de comenzar a trazarlo en el papel.

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