La Torre Mudéjar de
Cali, el mas logrado ejemplo de esa arquitectura que floreció en la Nueva
Granada en la segunda mitad del siglo XVIII, es coetánea de la iglesia de San
Agustín (demolida), la espadaña de la Capilla de San Antonio y la ampliación y
mejora de muchas casas de hacienda del Valle Geográfico del Alto Cauca usando
ladrillo y techumbres de par y nudillo. Es tan evidente el mudéjarismo en estas
construcciones que Santiago Sebastián infiere que aquí hubo por esa época un
activo foco de descendientes de hispanomusulmanes (Arquitectura colonial en Popayán y Valle del Cauca, 1965), como
también lo hubo en Quito y Lima. Este mudéjarismo será lo que caracterice
nuestra arquitectura colonial, pero no limitado a un ciclo histórico, dice él,
sino como una constante.
Novedad
que permaneció en la ciudad y aun se ve en las pocas casas urbanas de tradición
colonial que quedan, como la de Hernán Martínez Satizabal, ya de mediados del
siglo XIX, algunos de cuyos rasgos mudéjares llegan incluso hasta mediados del
XX. Además, en la década de 1940, se levantan muchas casas y edificios español
californiano y unos cuantos neomudéjares como la casa Urdinola-Uribe, de Álvaro
Calero Tejada, y la Compañía Colombiana de Tabaco, de Joseph Martens. También
se encuentran ornamentaciones planistas de ladrillo, propias de la arquitectura
islámica, como en el puente del Conservatorio, en donde se copiaron los
losanges (rombos en posición vertical) de la Torre Mudéjar.
Su
influencia se puede constatar también en ciertos edificios modernos de la
década de 1960 como la Escuela de Enfermería de Germán Cobo y en muchos
ejemplos de la arquitectura residencial moderna local, de los mejores del país,
especialmente en las casas de Heladio Muñoz y Borrero Zamorano y Giovanelli.
Sus volúmenes puros, que la arquitectura moderna debe al mediterráneo islámico,
no son exentos, rodeados de antejardines y aislamientos laterales y
posteriores, como correspondería a sus modelos funcionalistas europeos y
norteamericanos (que sí rodean las casas español californiano), sino que
paramentan las calles y se organizan alrededor de patios como lo hacían las
casas coloniales. Igualmente se encuentran relieves de ladrillo que producen
intensos contrastes de luz y sombra. Incluso existen un par de reinterpretaciones
del mudéjar muy recientes, pos modernas, cultas y actuales.
Desgraciadamente
también se puede ver la trivialización insensible e ignorante del mudéjarismo,
como esos desafortunados intentos de reproducir casas "coloniales" en
el sur de Cali -el llamado guatavitismo- o de repetir la irrepetible Torre
Mudéjar, como se hizo en el ICESI. Precisamente dice Hermann Broch que
"nada puede satisfacer con tanta facilidad esta nostalgia del ayer
histórico como el kitsch". Mucha
arquitectura pseudo posmoderna se aproximó chabacanamente en Cali a finales del
siglo XX al romanticismo sentimental del XIX, que Broch liga históricamente al
kitsch, que es cuando entre nosotros se pretendió reemplazar lo colonial con la
llamada arquitectura republicana, empezando nuestro lamentable viraje de lo
auténtico a lo falso, de lo bello a lo complaciente de lo pertinente a la moda.
Si bien poco a poco se ha aceptado (no siempre para bien)
el valor de la arquitectura colonial, escasa atención se le ha dado a su sorprendente
y larga influencia y a su tradición mudéjar, a la larga islámica. Por lo demás,
la enorme importancia de la Torre Mudéjar y las casas de hacienda vallecaucanas
estriba no solo en ellas mismas sino en sus pertinentes enseñanzas. Si don
Diego Angulo llamaba con razón a La Nueva Granada "La Mudéjar", si
que Cali es en ella la más mudéjar. Es muy sugestiva la evidente presencia
hispanomusulmana y del África islámica en el Alto Cauca, que además de en su
arquitectura es palpable en monturas y aperos de caballos, dulces y comidas,
palabras y acentos y algunos comportamientos y tipos humanos; y por supuesto en
la antigua tradición de correr toros en la Plaza Mayor. Ojalá (del árabe: wa-sá
Alläh: y quiera Dios) se la estudiara más.
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