"Que en las
funciones de fiestas salgan los encierros de toros y a capitanear con ellos a
los matachines" recuerda Gustavo Arboleda (Historia de Cali ) que se decía
en la Colonia, pues la fiesta llegó aquí con Sebastián de Belalcázar y los
toros mismos no mucho después.
En
la Plaza Mayor, además del mercado, habría ocasionalmente y acorde con la
pobreza de la villa, cabalgatas, procesiones, desfiles, contradanzas, remates,
edictos y presentación de armas. Para las fiestas se cercaba con madera su
contorno, se levantaban palcos y, en medio de coloridos vestidos, banderas y
gallardetes, se rezaba el Tedeum y caballeros montando a la jineta quebraban
cañas y corrían toros. Estos fueron en la Nueva Granada la parte galante de las
festividades civiles y religiosas. Con ellos se celebraban coronaciones de
reyes y nacimientos de infantes, se festejaban los santos patrones y se
agasajaban presidentes y obispos. Fue una fiesta integradora que caló hondo,
dice Pablo Rodríguez (Los toros en la colonia ), y en la que cada uno
demostraba el lugar que ocupaba en la sociedad. En los toros, anota, se ve la
particularidad de las colonias: mientras en España se los prohibía, aquí
reviven y los indígenas llegaron a desarrollar formas particulares de lidia.
El uso festivo de la Plaza Mayor, que
implicaba un espacio abierto, luminoso, llano y vacío para diversas
actividades, se suprimió con la Independencia, como dice Edgar Vásquez
(Historia del desarrollo urbano de Cali ). Su arquitectura colonial (mudéjar americana)
fue abandonada casi un siglo después por la llamada republicana (un modernismo
historicista), primero, y, luego, por la moderna. Su nombre se cambió por el de
Plaza de la Constitución, se sacó el mercado semanal y se prohibieron las
fiestas, las carreras de caballos y las corridas de toros. Para realizarlas se
adecuaron provisionalmente algunos lotes en Santa Rosa. Más tarde la plaza, a
pesar de haber sido convertida en parque, se llamó Plaza de Caicedo (como está
en el pedestal del prócer), y las corridas tuvieron lugar en un primer coso, en
Juanambú, frente al hoy tradicional "café de los turcos", en donde
permanece aún su portada. Esta fue reproducida hace unos años en la Plaza de
Cañaveralejo, que carece de una verdadera entrada, que fue la que en 1957 se
construyó en cambio de la prevista detrás del hipódromo de San Fernando en el
"Plano del Cali futuro" de Wiener y Sert, realizado poco antes.
Las
Ferias de Cali se iniciaron ese año, tras la caída de Rojas Pinilla. El evento
se centró, como siempre a lo largo de la historia de la ciudad, en las fiestas
populares y los toros, como anota Cesar Castillo (El Arte y la Sociedad en la
historia de Cali ). Ya son 45 años de temporadas ininterrumpidas en
Cañaveralejo, toda una tradición. Pero lamentablemente la arquitectura de la
plaza (Camacho y Guerrero, y González), cuya estructura contundente le mereció
ser declarada Monumento Nacional en 1994, no es la mejor para un espacio que
necesita mayor intimidad. Su ligero tejadillo, como de estación de tren, y su
excesivo ruedo, pese a las dos nuevas filas con toldos como de café barato que
se improvisaron cuando acertadamente se redujo su diámetro, lo impiden. Sus
alrededores son decepcionantes. Para peor de males se retrasó el inicio del
espectáculo, dizque para que puedan almorzar sin afanes los aficionados, con el
resultado de que al cuarto toro ya no hay sol, y con el se van las sombras y
los ramalazos intensos de luz en el público y en los rostros señeros e
inclinados de los toreros que buscan así evitarlo; al quinto los trajes de
luces se vuelven como de cabaret con el resplandor de los reflectores, y ya en
la oscuridad son muy molestos sus reflejos.
Como
dice Antonio Caballero, se necesitan toros, toreros y públicos para una buena
corrida; pero también buenas plazas para conseguir un ambiente adecuado. En él,
el recogimiento y la luz del sol juegan un papel primordial; dos condiciones,
además de la lluvia, que en el trópico son diferentes a las de la Península
Ibérica. Tal vez por eso los toros en Cali siempre serán distintos.
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