No es tanto la crisis de
la arquitectura en el país después del embate del posmodernismo sino, además,
la de su práctica. Es la peor desde que se volvió también aquí una profesión
liberal, a comienzos del siglo pasado, reemplazando su muy eficiente práctica
artesanal de tradición colonial. Pero no solo es debida a la paralización de la
industria de la construcción, especialmente en Medellín y Cali, sino que es
estructural y como todo ahora, global.
Dice Rem Koolhaas (Mutations, Harvard Project on the City )
que su ejercicio en China, donde hoy se construyen la mayoría de los edificios
del mundo, tiene los honorarios mas bajos y los plazos mas cortos que hayan
existido, pese a que se trata de grandes edificios. Allá los arquitectos no
tienen oficinas y todo se hace desde diversos lugares con subcontratistas
mediocres pseudo especializados, computadoras e Internet. Piensa que esta manera
de hacer las cosas llegará a Europa en 20 años. Aquí, donde todo llegaba tarde,
ya llegó, pero con la notable diferencia de que el trabajo de los arquitectos
es cada vez menos y en Cali prácticamente inexistente y sin perspectivas de que
vuelva a ser como fue.
Pero en cambio pululan las escuelas de arquitectura: más de
35 aprobadas y en total cerca de 60, la mayoría recientes y con profesores
improvisados entre estudiantes recién graduados, no siempre los mejores, sin
experiencia docente ni profesional. En ellas se matriculan cientos de jóvenes
ilusos o que buscan el atajo de los programas de arquitectura, a los que se
ingresa fácilmente y poco exigen, para ser "doctores" lo que ayuda en
esta sociedad hasta para manejar taxi, que es lo que muchos terminan haciendo
cuando descubren que no hay trabajo para tantos arquitectos. Ya son 34.000 los
graduados en el país, según estima la Sociedad Colombiana de Arquitectos: uno
por cada mil y pico de habitantes.
Las mejores escuelas no se han apersonado del problema. No
diversifican sus programas y con excepción de algunas, entre ellas la Nacional,
solo tímidamente comienzan algunos posgrados. No han cambiado sus métodos de
enseñanza y ni siquiera entrenan a fondo a sus estudiantes en el diseño con
computador, pese a que es lo único que les permitirá trabajar en su campo
cuando terminen. Aunque más de la mitad de los arquitectos que ejercen en el
país se dedican a la construcción, por ejemplo, apenas existe el programa en
dos universidades.
Por supuesto hay cosas por hacer: obligar a que se cumpla
la ley para que todos los edificios y espacios públicos sean diseñados por
concurso, y motivar a los inversionistas para que los privados también. Exigir
estudios de posgrado a todos los profesores, o comprobada y larga experiencia,
para que las escuelas sean aprobadas. No permitir la práctica sino a aquellos
arquitectos que cuenten con experiencia previa documentada en oficinas
existentes y reconocidas y pasen un examen de estado. Se puede, también, actualizar el oficio uniéndolo al de otros
profesionales en centros de trabajo y de prestación de servicios a la
profesión, la construcción, la industria y los municipios. Y, sobre todo, hay
que cambiar su enseñanza, como ya lo está haciendo la Escuela Internacional de
Arquitectura y Diseño Isthmus en Panamá.
La gran arquitectura volverá a ser también aquí un arte de
minorías para los más talentosos, que luchan duramente por ser reconocidos,
como lo es en Japón, Europa y Estados Unidos. Para ellos sí que será cierto,
como decía H. H. Richardson, que la primera ley de la arquitectura es conseguir
el trabajo. La práctica profesional quedará para las grandes oficinas
internacionales, que ya entraron al país. Las construcciones comunes y pequeñas serán de diseñadores anónimos y
baratos, como en China, en donde, advierte Koolhaas, lo característico de su
arquitectura actual es su absoluta falta de calidad; como pasa en Cali hace
rato.
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