Que es un atropello doblemente vulgar
es lo mínimo que se puede decir de esas dos grandes, agresivas, desagradables y
tontas vallas, pensadas como por tontos para tontos, pues anuncian más de lo mismo
y de idéntica manera, inspiradas, eso parece, en la redundancia del nombre del
edificio en que el que las han colgado. El Edificio Avenida Colombia, en la
Avenida Colombia, fue alquilado sin pudor alguno para que lo cubrieran de día y
noche esos dos esperpentos que ni siquiera son de colores pastel, que son con
los que en Cali algunos creen que se justifica el abuso de la publicidad
exterior y el pintarrajeo de sus edificios.
No faltarán tampoco quienes crean que los anuncios en
vallas son bonitos y preferibles a los edificios, paisajes y atardeceres que no
dejan ver. Y habrá los que las comparen con Times Square sin considerar que
este es un espacio reducido y fundamentalmente comercial en donde está
concentrada casi toda la publicidad exterior de Nueva York, y que esta es
inteligente, imaginativa, divertida y hasta bella, y que lo más importante es
que no afecta a los demás barrios pues se puede o no pasar por allí; es más:
allí se va a ver la gente y los animados y nuevos avisos que anuncian novedades
o las mismas cosas pero de diferente manera.
Que bueno sería que la Sociedad Colombiana de Arquitectos,
o la de Mejoras Públicas, o la Cámara de Comercio, organizaran un foro sobre la
publicidad exterior en la ciudad para que se diga en público lo que se comenta
apáticamente en privado. El debate sobre su uso en los espacios públicos es
urgente y vital, ya que no se trata de un problema solo de gustos y que estos,
desde luego, son algo más complejo de lo que se cree. Desde la década de 1960,
con las investigaciones del antropólogo Edward T. Hall, se sabe que las
diferentes culturas no solo hablan diferentes lenguajes sino que habitan de
diferente manera el mundo sensorial; la tamización cultural selecciona lo que
se percibe a través de los sentidos evidenciando unas cosas y ocultando otras.
Los usos que hacemos de las ciudades son manifestaciones de este proceso de
selección cultural que da forma al gusto participando de un moldeamiento mutuo.
Pero a pesar de que este debate no es nuevo, entre nosotros ha sido
prácticamente inexistente.
En Colombia, y en Cali en particular, debido a nuestras
múltiples hibridaciones sociales y culturales, agravadas por una precaria,
incompleta y mal entendida modernización, desafortunadamente no nos fue posible
un proceso simple y homogenizador, pero tampoco una nueva sociedad cosmopolita
incontaminada de lo local y lo anterior. Al establecerse una transculturación
entre muy desiguales elementos surgieron combinaciones nuevas, y no una simple
sumatoria, fértiles para la confusión cultural y esas falsas identidades que
originan nuestros deformados gustos y la necesidad de cada grupo de imponer su
versión a los demás.
Si
no se hace algo definitivo, sino aprendemos a respetar el espacio de los otros
-y a los otros- no demorarán en ser usados todos los edificios como soportes
para publicidad, llevándose por delante normas y leyes como pasó en las semanas previas a las elecciones cuando las calles fueron
literalmente cubiertas por los pasacalles de todos los aspirantes a vivir de
los impuestos. Y por supuesto están listos los soportes en la Torre de Cali
(que vivos que son sus dueños nunca los retiraron) para poner las enormes
vallas que no pudieron poner hace unos meses. Y esta vez, considerando el
precedente del edificio de la Avenida Colombia, no es seguro que se las pueda
prohibir de nuevo; entonces Cali será ya no como su sueño preferido: (lo peor
de) Miami, sino como una caricatura mala de Las Vegas: ya tiene mafias, drogas,
juego y prostitución; solo le falta que su publicidad exterior sea multicolor y
desmesurada, y no solo grandota y vulgar.
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