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Entre gustos si hay disgustos. 23.08.2001


El debate sobre el gusto en el país, y en Cali en particular, es inaplazable. La mayoría de las veces lo que tiene que ver con la belleza (o no) se reduce sencillamente a la expresión de un nada simple mal gusto que con frecuencia causa mala calidad de vida e incluso lleva a la violencia. Es hora de mirar la ciudad desde la perspectiva de la estética de sus espacios públicos y sus edificios, pero también la de sus costumbres, usos y gentes.
          Posiblemente el hombre, el único animal autoconsciente, comparta con muchos otros el gusto, pero no así el arte y la ciencia. Muchas de sus decisiones, a excepción de las artísticas o científicas (y eso, pues los matemáticos, por ejemplo, piensan que una solución "bella" tiende a ser correcta) están determinadas en buena parte por el gusto; cuantos no escogemos las cosas por el empaque: desde las mujeres y hombres hasta los remedios y los carros. Detrás de las vestimentas (muchas son solo son disfraces) la música, las lecturas, la comida, las costumbres, las casas, los muebles y adornos y las ciudades está agazapado el gusto de los ciudadanos.
          Afirmar que entre gustos no hay disgustos es una solemne bobería que esconde nuestro individualismo y nuestra ignorancia. En nuestras ciudades toca soportar el gusto de los demás en lugar de aprender a respetarlo para entender por que hay que compartir un gusto urbano neutro y común. Algunos no podemos soportar 24 horas seguidas de vallenatos, para peor de males alternados con música de carrilera, a todo volumen, con los que un vecino se pone en ambiente de feria cualquier día olvidando que ésta lo es en la medida en que sea colectiva y tradicional. Pero ¿sería diferente si fueran las partitas y sonatas para violín sin acompañamiento de Bach? Se sabe de alguien que las pone para que las visitas aburridoras se marchen pronto. Es infalible.
          Así las cosas ¿al gusto de quien deben obedecer los espacios y edificios públicos? ¿Será que las fachadas de las casas, en la medida en que conforman las calles, que son públicas, tienen que responder al gusto público y no solo al de sus propietarios? ¿Cual es el gusto oficial? ¿Un Alcalde puede pintarrajear los puentes de nuestra ciudad con los colores de su equipo de fútbol favorito, como efectivamente lo hizo alguno? ¿El gerente de un hotel puede hacer lo propio, como alguno efectivamente lo hizo? Como se ve, hay muchas preguntas y muchísimas respuestas y nuevas preguntas. Lo que es extraño es que a la mayoría de la gente no le gusta la discusión del gusto: entre gustos no hay disgustos, repiten; pero no pasa de ser una más de las muchas mentiras que nos echamos todos los días en este país.
          El hecho de que la aparición del homo sapiens, que camina erguido y puede afirmar cosas con su lenguaje, coincida con la del arte es asunto grueso. Se piensa que este "accidente" en el proceso del conocimiento (los animales conocen y aprenden) permitió que estos nuevos seres vieran el mundo de una manera diferente. Cambio este que explicaría el éxito de la especie, que dejó atrás otros homínidos, y su predominio en la tierra.
          Pero ¿como juega el gusto en el arte? ¿Como conciliar la libertad vital y el individualismo imprescindible del arte cuando este se realiza en los espacios públicos, como pasa con la arquitectura? Es posible educar las sensaciones y percepciones de lo estético para que las personas que deciden la estética de la ciudad sean más prudentes y se asesoren mejor. A diferencia de lo que pasa aquí, en los países civilizados los edificios y espacios públicos son proyectados por arquitectos de reconocido prestigio o mediante concursos internacionales, y dados a conocer ampliamente a la opinión pública con suficiente anticipación para poder tener en cuenta sus críticas. Igual se hace cuando se trata de modificar los existentes por la razón que sea. Además, desde hace años es política de esos países eliminar poco a poco las propagandas de sus ciudades y carreteras pues, además de que tapan el paisaje, no se debe usar lo público para vender gustos particulares. Comencemos, pues, por debatir si es cierto que entre gustos si hay disgustos. Vale la pena hacerlo. Hágalo, si gusta, aquí, en El País o en www.caliescali.com

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