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Infierno en el paraíso. 27.03.2003


Cali es un buen vividero (como dicen aquí) por su buen clima a lo largo del año, su fresca brisa marina de por las tardes, sus atardeceres dorados, sus bellos cerros, sus abundantes y extraordinarios árboles, sus muchísimos y hermosos pájaros y el silencio de murmullos de sus noches tropicales con o sin luna. No está tan contaminada y nada es demasiado lejos. La gente es amable y mucho si es conocida, y las mujeres hermosas, sensuales y variadas, no así los hombres lo que es uno de sus contrastes.
El ruido, el desorden visual, el mugre, el abandono, el lumpen y el despelote urbanístico del subdesarrollo invaden las bellas calles de antes. Las vallas tapan el paisaje. Con un clima ideal para caminar por amplios y arborizados andenes, no los hay o están llenos de carros, vendedores y postes, y los caleños no saben caminar por aceras. Aquí “carro mata gente” y al contrario de las ciudades decentes se pretende que la “solución” sean agotadores puentes peatonales que con razón pocos usan. El trasporte masivo es ineficientemente servido por camiones carrozados y busetas y camperos peligrosos e improvisados, y aunque los taxis ya no se estorban unos a otros gracias al reciente pico y placa para ellos, son en general incómodos.
Hay pocos carros en comparación con ciudades similares pero el transito es agobiante; muchos andan en contravía, incluyendo la policía, y todos “cortan” las curvas y pitan por y para todo. En lugar del internacional “prohibido parar” alguien se invento el “prohibido subir y bajar pasajeros” que desde luego no se cumple y “permite” parar. Los carriles no coinciden de cuadra en cuadra y todos son de anchos distintos; cuando existen. El sistema vial (es un decir) tiene muchos inconvenientes cruces a la izquierda pero en las intercepciones comunes está prohibido sin necesidad hacerlo, lo mismo que la “U”. Hay que adivinar el sentido de las vías. En ninguna calle se puede estacionar pues son “parqueadero exclusivo” de alguien. Los estacionamientos improvisados son tan estrechos que no se puede abrir la puerta sin golpear al vecino.
          La burocracia es omnipresente. Pagar es complicado y las colas una tortura pues la gente las hace de mala gana. El recibo único de cuando Emcali era un genio sonriente se convirtió en varios cobros que llegan en días distintos en formatos diferentes. Todos los bancos hacen lo mismo pero de distinta manera y sus chequeras son cada cual un mal diseño diferente. No están de acuerdo ni en el simple orden de las fechas, incluso en sus propias papelerías, y mientras en el teléfono o el Internet de unos el uno es para cuentas corrientes en otros lo es para las de ahorros. El correo ya no lo dejan debajo de la puerta sino que hay que dar nombre, teléfono y cédula para recibir un extracto en rojo envuelto en propaganda o la invitación a algo que ya pasó. En todas partes hay que dejar un “documento”.
          Los malos vecinos (porque aun hay buenos) ponen su música a todo volumen, hacen fiestas escandalosas hasta la madrugada o dan gritos como de simios en el zoológico. Parquean mal sus carros en garajes que son también estrechos y con rampas como de ciudad de hierro. Utilizan los estacionamientos para visitantes para su propios vehículos, mientras sus amigos bloquean los garajes de los vecinos. No respetan los reglamentos de propiedad horizontal, remodelan como se les da la gana y no pagan a tiempo las cuotas de administración; o no pagan. Sacan sus perros a defecar en los andenes de enfrente y rallan los ascensores.
          Falta mucho urbanismo y urbanidad para que la vida cotidiana en Cali vuelva a ser digna, agradable y significativa como lo fue hace medio siglo. Pero no lograremos cambiar nuestra mentalidad tercermundista, provinciana y autocomplaciente solos, como propone Diego Martínez Lloreda, sino liderados por un alcalde que como Mockus entienda de educación ciudadana pero también de arquitectura y urbanismo como lo aprendió Peñalosa. Sin embargo El País puede comenzar a dar el buen ejemplo eliminando “su” antipático parqueadero exclusivo: está en plena vía pública.


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